En algún lugar remoto que jamás fue
registrado como cuna de ninguna civilización, vivía un grupo de gente que no
dejó rastro alguno en la historia humana. De hecho, el cómo sabemos de su existencia es solo a partir de conjeturas y datos inexplicables, incluso para quienes escribimos estas líneas. Seguramente les parecerá
extraño saber que a pesar de eso no ponemos en duda que, en efecto, esta gente haya existido.
El nombre de tal pueblo era Bezchaz.
Los Bezchaz eran una comunidad
tradicional en muchos sentidos: sembraban, cazaban, hacían familias, se
enfermaban, peleaban y morían. Cualquiera que observase su agreste estilo de
vida no pensaría que eran poseedores de una visión cosmológica superior a la
de muchas sociedades de su tiempo y, según algunos, de todos los tiempos.
Su forma de ver el transcurso de la vida y la existencia no ha sido hallada en cultura alguna que de la cual sepamos hasta ahora. Esta cualidad se manifiesta particularmente en la singular concepción cronológica de esta tribu: los Bezchaz no veían al tiempo como un ciclo, sino como un constante avance hacia lo que podría traducirse como la Nada, que para ellos era el portal hacia lo que se podría traducir como el Todo.
Su forma de ver el transcurso de la vida y la existencia no ha sido hallada en cultura alguna que de la cual sepamos hasta ahora. Esta cualidad se manifiesta particularmente en la singular concepción cronológica de esta tribu: los Bezchaz no veían al tiempo como un ciclo, sino como un constante avance hacia lo que podría traducirse como la Nada, que para ellos era el portal hacia lo que se podría traducir como el Todo.
Se ha dicho, y para esto consúltese cualquier compendio decente de antropología, que la primera idea del
tiempo para muchos pueblos de la humanidad tuvo que ver con una noción
circular. Esto no tiene mucho de descabellado si consideramos que hay patrones
de repetición, y que – esto lo supimos en Occidente después de mucho
resistirnos a la idea de que no éramos el centro del cosmos, mandando a algunos
a la hoguera apenas por sugerir tal cosa – el propio mundo en el cual vivimos
tiene una trayectoria elíptica.
Las estaciones se convirtieron en el camino que llevó a muchos hombres
primigenios a pensar en que el tiempo era algo que se repetía. Luego otros
introdujeron la idea de un tiempo lineal, y empezaron a enumerar los años en
una incesante marcha hacia el infinito; sin embargo, esta idea aún mantuvo
elementos cíclicos: la repetición de siete días se va repitiendo en semanas, y
los conjuntos de semanas que llamamos meses también se repiten
independientemente del año.
Los Bezchaz, sin embargo, no pensaban así.
Si bien en la tribu se entendía – no eran estúpidos, después de todo –
que existían patrones en la naturaleza que se repetían (es necesario mencionar
que tenían, por ejemplo, una hermosa nomenclatura para las estaciones que
estaba relacionada lingüísticamente con ciertas actitudes: el invierno era La Indiferencia, la primavera El Canto, el verano El Abrazo y el otoño La
Tristeza), no había nada en estas repeticiones que les hicieran pensar que
los días se repitiesen en ciclos como semanas o meses. De hecho, quizá la
costumbre más extravagante de los Bezchaz era el ritual que practicaban los más
altos jefes de la tribu todas las madrugadas, en donde decidían el nombre del
día que vendría al despuntar el alba. De este modo, los Bezchaz le daban un
nombre distinto a cada día de su historia, jamás repitiendo un nombre como no
se repetía ningún día.
Es entendible que esta forma de ver el tiempo sea vista como un gran
inconveniente para nuestras sociedades actuales y su mañas de productividad y desarrollo, pero el estilo de vida de los
Bezchaz les permitía construir una existencia gratificante con esta visión del mundo. Claro que contaban con ciertas ventajas que les permitían pensar así. Aparte de ser un
grupo muy reducido de personas (uno de los dos especialistas en los Bezchaz que
quedan alegan que esta comunidad nunca sobrepasó el centenar de individuos),
tenían un sistema numérico muy efectivo, así que no tenían problema alguno en
decir – en su lengua, claro, que es otro objeto de estudio al cual no nos
referiremos aquí por cuestiones de espacio y escasa, por no decir nula, información existente – “nos vemos en ocho días”, y evitaban mencionar,
porque no lo sabían aún, el nombre del día en que se verían.
La noción de un día como un espacio de tiempo que no volvería a repetirse jamás
permitía a los Bezchaz contemplar cada día de su existencia como único e irrepetible. Carecían de fechas conmemorativas – en realidad, carecían de “fechas”, en el
estricto sentido de la palabra – aunque la tribu procuraba, cada cierto tiempo,
celebrar la existencia de alguno de sus miembros al menos una vez cada estación.
Pero sabían que el día en que nacieron no volvería, y que el día de su muerte
sería también un día único e irrepetible. De hecho, quizá su rito más particular era la ceremonia diaria del bautizo del día, en el cual se reunían para decidir qué nombre llevaría el ciclo solar en el cual se encontraban.
De la desaparición de los Bezchaz se
sabe aún menos que sobre otras áreas, esto por no admitir que no se sabe
absolutamente nada. Su filosofía no se extendió a ninguna de las sociedades
aledañas, y llevaron la mayor parte de su existencia con un contacto sumamente
limitado con otras culturas. A lo anterior hay que sumarle que se hallaban, se
cree, en una región de características geográficas que aún calificaríamos como
hostiles e insoportables. Algunos teóricos creen que un suicidio colectivo fue lo que hizo que la tribu dejase de existir, mientras que otros le atribuyen su desaparición a un desastre climático o a conflictos con otros pueblos.
Las pocas representaciones que se
tienen de los Bezchaz no provienen de ellos – ya hemos dicho que no dejaron
huella alguna en la historia, y luego de leer esto se puede especular que, si
lo tuvieron, su registro histórico seguramente nos resultaría tan excéntrico
como su visión del tiempo –, sino de pueblos
que les sucedieron mucho después y ocuparon las tierras donde alguna vez habitó
esta singular tribu. Se deduce que el impacto de los Bezchaz en sus vecinos no
ameritó más que algunas modestas representaciones en pintura y escultura
rudimentaria. Aunque cada representación
obedecía a los patrones culturales del pueblo que las creó, hay un elemento en
que todas coinciden: todos los Bezchaz son representados con una efusiva y
contagiosa sonrisa.
Aprender de los Bezchaz. La creación del calendario Bezchas,si así puede decirse, refleja la inmensa sabiduria que la finitud. ¿Serían los Bezchaz individuos de 80 años cuyo término de la vida estaría en los 81? Me imagino los Bezchaz con como seres jóvenes sino más bien, viejo, muy viejos en donde cada uno de ellos, por su edad, tratan con la esencialidad de la vida...
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