martes, 18 de enero de 2011

Entrando al Cachivachero

Pocos lo saben, pero este polvoriento lugar lleno de artilugios fantásticos, personajes anónimos, críticas fabuladas y memorias peregrinas no es lo que podría considerarse "de acceso libre". Sí, suelo referime a él como "mi cachivachero", y en verdad soy el único que se pone a registrar sus cajones con el ideal de mostrarles algún que otro objeto de los que aquí pernoctan, pero lo cierto es que el propio lugar (o quizá las criaturas que lo componen) parece a veces resistirse que lo pise muy seguido. De más está decir que el Cachivachero no tiene la menor idea de que es un blog, y aún tiene un poco de ático polvoriento e incluso otro tanto de sótano misterioso, pues ciertamente es un lugar que podría estar arriba o abajo de mi propia mente.

¿Que cómo es posible que el Cachivachero, estando dentro de mi mente, sea un lugar que se resista a mi presencia? Eso también tiene una explicación, una que creo pertinente dar ahora que yo mismo la he encontrado, después de una desesperada búsqueda. Y debo empezar por decir que como toda estancia en alguna casa o edificio, el Cachivachero tiene una puerta, una de la que sólo yo tengo la llave, y me fue dada cuando nací, quizá señalando que yo sería el guardián de tanta inutilidad. Les reitero que el hecho de que ustedes puedan verlo no quiere decir necesariamente que están dentro de él, sino más bien que lo observan desde una ventana que yo he puesto a su disposición. En fin, continuemos.

La puerta del Cachivachero es tan rústica y rimbombante como él, aunque no sé de qué árbol provenga la madera de la que fue tallada, porque aunque me atrevería a decir que es de algarrobo, quizá sea el barniz el que traiciona su apariencia. Pero esa puerta, crujiente y vieja, no es lo más importante acerca de la entrada al Cachivachero, sino más bien su cerradura, que aunque a simple vista parezca la de algún monasterio medieval, en efecto es ella misma también un cachivache muy particular.

Oxidada y antipática, la cerradura que permite abrir la puerta del Cachivachero tiene la cualidad (me gustaría decir única, pero estoy seguro de que en alguna otra dimensión esto es cosa muy normal) de cambiar a su antojo, poniendo en aprietos a la cansada llave (y a este servidor) cada vez que queremos entrar al mar de cajones que habita adentro. Un día, por ejemplo, puede representarse con la sencillez de una cerradura tradicional, y otro día puede esta cerradura tener grabado un águila bicéfala que no deja de carcajear cuando se introduce la llave equivocada, y sólo cuando ésta ha adoptado a su vez la forma exacta es que esa ave burlona despliega sus alas y permite que la puerta cruja con su polvorienta melodía.

Y sí, la llave también pertenece a esta misma estirpe de objetos que cambian a su antojo, aunque más bien en este caso debería decir "a capricho" de otros objetos. Una vez la llave me susurró que estaba harta de obedecer las necedades de esa cerradura, y que si no fuera por mí, hace tiempo que se hubiese escurrido de mi bolsillo para reposar en las profundidades de alguna alcantarilla o hueco de ascensor; ya saben, esos lugares que tanto les gustan a las llaves. Agradecí en el alma que fuese una llave tan fiel, ya que me han tocado otras que muy poco llevan de tan honorable adjetivo.

Hasta ahora no les puede parecer gran cosa el asunto: una cerradura que adopta diversas formas y una llave que se ajusta a ella. Pero es que ustedes no han ponderado en el hecho de que pueden pasar días, semanas, e incluso meses, antes de que mi fiel llave haya logrado no sólo analizar el mecanismo de la nueva forma de la cerradura, sino cambiado su forma de manera tal que su fisionomía produzca el ansiado cosquilleo que anhelan todas las cerraduras y que produce la apertura de una puerta.

En esto se me han pasado los meses, que no han estado exentos de angustia y tristeza de no poder mostrarles nuevos cachivaches, en la eterna espera que precede al olor de páginas solemnes y del sabio polvo de mis recuerdos, ése que permite que mi mente no sea una oficina minimalista y cuadrada, y que a cada momento del día quisiera visitar. Por ahora, lo he logrado: he entrado de nuevo al Cachivachero. ¿Cuándo le dará a la caprichosa cerradura por cambiar? No lo sé; nunca lo he sabido. Pero mientras tanto, intentaré mostrarles cuantos cachivaches me sea posible, no vaya a ser que la fidelidad de mi llave quiera también irse de vacaciones.

Bienvenidos, una vez más, a mi Cachivachero (que es también de mis cachivaches, por supuesto).

2 comentarios:

  1. Qué intensidad.

    Mafalda Petunia.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta mucho lo que escribiste y como lo escribiste. Saludos de tú amigo Matías.

    ResponderEliminar