lunes, 9 de agosto de 2010

¡Despierta, peón!



“Los peones son el alma del ajedrez” François Philidor.


Escúchame, peón: ¡retrocede! ¿Por qué avanzas sin pensar?
¿Qué impulsa tu trote triste en lo que es de cuadros un mar?
Esta guerra no es la tuya, tú al Rey no has visto jamás.
Dime, entonces, ¿por qué luchas?, ¿a qué otorgas tu lealtad?

¿Te has dado cuenta tú, acaso, que no puedes regresar?
Te acercas hacia la muerte con cada paso que das.
Y todo ¿por qué, por quién? “Por el reino”, me dirás.
¡Qué reino ni que ocho cuartos! ¡Que es sólo un juego falaz!

En ele galopa el caballo, el alfil va en diagonal,
Las torres en línea recta, ¡pero pueden retornar!
A la Reina ya la has visto: rimbombante y señorial,
y aunque tu Rey poco avance, protección le ha de sobrar.

Tú en cambio vas paso a paso, en tu rectilíneo andar
que todo el ejército sabe que al final te va a matar.
Y aún así tú prosigues, vista al frente y sin pensar
en una marcha y una guerra que no puedes explicar.

Si eres blanco es contra el negro que tu espada sacarás.
Y si de ébano es tu armadura, a los albos odiarás.
¿Quién te metió en la cabeza ese conflicto mordaz?
Ese odio blanquinegro que no has entendido jamás.

Alguna vez me dijiste que crees en la posibilidad
de que al cruzar el tablero en noble te convertirás.
Pero dime: ¿vale la pena por ese sueño arriesgar
la vida que hoy posees, tu alma, tu identidad?

¿De qué te sirve esta guerra que dura una eternidad
si ni Kasparov ni Fischer la quisieron terminar?
No dejes que el hombre te saque de tu pastoral hogar
y te meta en su violenta, triste y oscura fealdad.

Demasiado ha sido el tiempo que en ese conflicto estás.
No piensas en tu existencia, no te has puesto a meditar
en que esta batalla absurda sólo tú la puedes parar.
“¿Yo?” exclamarás incrédulo. ¡Sí, tú, allí mismo donde estás!

Escúchame muy atento, con toda tu redonda faz:
¡niégate a comenzar el juego, no te muevas de lugar!
Y aunque encima de ti se atreva algún caballo a brincar
tú quédate ahí, pie de plomo, y la batalla detendrás.

Si a tus siete compañeros logras unir a este plan
ni la monarquía ni el clero forma alguna encontrarán
de oponerle resistencia a tu firme inmovilidad.
Habrás ganado, peón: ¡saluda alegre a la paz!

 

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