Resulta falaz pensar que existe tal cosa como una “cultura pura”, pues, al final, incluso la más consolidada y hegemónica de las civilizaciones fue en algún momento un caótico conjunto de pueblos que fue amasándose con el tiempo (y con mucha frecuencia, con las guerras) en una tortilla de costumbres que más tarde se transformaría en nación.
La cultura de España, la llamada “Madre Patria” de los pueblos latinoamericanos, es todo menos la excepción. Y es que si seguimos la connotación del afectuoso (y casi reverencial) término con el que nos referimos los hispanos a la nación-imperio que se erigiría en la Península Ibérica, se observa que, tal como una mujer, esta madre que llamamos España también fue hija, nieta, y bisnieta de otras culturas que no sólo la precedieron, sino que influyeron tanto en su forma de caminar, cantar y bailar (entiéndase su folclor) como, y he aquí el asunto que nos compete y nos interesa más, en su forma de hablar y escribir; es decir: su idioma.
Mucho antes del nacimiento de España como nación, la cultura árabe ya se cortejaba con la visigoda en lo que eran diferentes reinos con idiosincrasias muy distintas. La invasión árabe en el año 711 no solamente trajo a las tierras del norte de Gibraltar nuevos conceptos teológicos y sociopolíticos, sino que en medio de lo que se podría interpretar como una simple (y feroz) lucha territorial, se fecundaba el embrión que sería luego la madre de todas las naciones hispanas.
Tras ocho siglos de violenta transformación, el período histórico conocido como Reconquista termina con la toma de Granada y el final de la ocupación árabe; sin embargo, el alma de España ya estaba marcada, y podría decirse que a un nivel cuasi-genético, por ochocientos años de una fusión cultural que aún hoy es evidente en lo que se reconoce como “autóctono” de la cultura española.
Y es entonces que me planteo la pregunta, aunque no sea en este escrito que quede respondida: ¿por qué solamente se habla de mestizaje en los pueblos latinoamericanos, cuando se estudia la combinación de la raza africana, la europea y la indígena? Visto el largo período en que la Península Ibérica fue más árabe que cualquier otra cosa ¿No podría decirse que España (y como se ha dicho, virtualmente toda cultura humana) es producto de un “mestizaje” muy anterior al de las Américas? uno que da la impresión que han preferido mantener en recónditos arcones de su historia y disfrazarlo de homogéneo, tal como los “blancos criollos” guardaban el retrato de algún pariente negro o indígena con miedo de que atentara contra su “pureza” cultural.
Cierro estos párrafos entonces pensando en nuestra sangre que es doble, triple, e infinitamente mestiza, quizá porque el propio mestizaje está estampado en cada pueblo humano, aunque sus delirios enceguecedores de pureza les impidan reconocerlo. Porque como dije al empezar, no hay madre patria que no sea también hija y nieta de otras que, aunque remotas, dejan su huella en ella. Y en virtud de esperar un futuro donde las culturas reconozcan su interdependencia y su pluralismo, termino con una exclamación de esperanza y plegaria que es herencia de aquellos hombres provenientes de dunas y portadores de cimitarras: ¡Ojalá!