sábado, 3 de diciembre de 2016

Polvoriento Cachivache: "El mejor país del mundo"

A pesar de haber sido escrito en algún momento del 2014, este escrito nunca vio la luz de este abandonado ático de elucubraciones. Debo admitir que no quería escuchar muchas opiniones al respecto así que después de escribirlo, solo lo guardé - como la mayoría de mis escritos - para mí mismo. ¿Temor, pudor, síntoma de la constante maña de ser políticamente correcto? Quizá; quién sabe. 

Lo cierto es que mucho ha ocurrido desde entonces para los venezolanos, y los problemas que me motivaron a escribir esto siguen igual de vigentes. Hace unos días compartieron conmigo una entrevista del historiador venezolano Germán Carrera Damas que, entre otras cosas, me dio los ánimos de publicar este polvoriento cachivache, gústele a quien le guste.

Aquí va. Saludos.

Reconociendo de antemano su esencia falaz y exagerada, tomemos por un instante como cierta la muy propagada  afirmación "Venezuela es el mejor país del mundo". En sí misma, esta (infantilísima) frase surge como un dardo de positivismo en medio de lo que ha sido una turbulenta era en la cual el venezolano ha experimentado las más intensas y diversas emociones hacia su país. Quienes me conocen saben que soy acérrimo enemigo de la antítesis de esta frase, igualmente propagada y popular entre muchos venezolanos, "Venezuela es una mierda", pues la considero una matriz de complejos e inmadureces que solo perjudican nuestra idiosincrasia.

De cualquier modo, volviendo a lo de Venezuela como mejor país del mundo, quienes profesan y propagan esta bonita (e infantilísima, insisto) expresión como búsqueda de un reencuentro de la gente con nuestra patria tricolor se apoyan en el sinnúmero de bellezas naturales que tiene nuestra tierra como justificativo: un clima privilegiado, playas caribeñas paradisíacas, lo mismo picos altos y nevados que voluptuosas dunas que desembocan en exuberantes costas, ¡la selva, el Salto Ángel! ¡Tepuyes, guacamayas! En fin, el portafolio de bellezas de nuestro país es el principal motor detrás de la frase que hoy desmenuzo, y es algo incuestionable que solo un incauto pondría en duda.

Hay elementos adicionales en esta "hoja de vida" que hace a muchos aseverar que Venezuela es el mejor país del mundo. Cuestiones como la belleza de sus mujeres, lo bueno de su cerveza, los sabores de sus alimentos y su virtualmente inagotable reserva de riquezas naturales que van desde el petróleo hasta el uranio enriquecido. "¡Es el mejor país del mundo!" insisten muchos al evaluar el no modesto repertorio de riquezas que ostenta la tierra comprendida entre nuestras fronteras, y yo, hasta cierto punto, estoy de acuerdo con ellos, pero hago una importante aclaración que no a todos les gusta admitir: así tengamos el mejor país del mundo, no somos ni por asomo (y no es que tal cosa exista, ojo) la mejor nación del mundo.

Son muchos quienes utilizan los términos país y nación cual si fuesen sinónimos, pero las distinciones por definición son precisas e importantes. Un país es una cuestión geográfica - de ahí los "paisajes" y los "paisanos" - que puede cambiar con el paso del tiempo, apareciendo y reapareciendo a lo largo de la historia. 

Miremos el caso de Polonia, que como país no existió propiamente desde los tiempos de Catalina la Grande hasta la caída del imperio austro-húngaro; ¡cómo lucharon los polacos por tener su país! Intentaron rebelarse, apostaron a que Napoleón les ayudaría pero no les salió bien la jugada; cuando al fin tienen algo de suerte les caen los alemanes y luego el estalinismo. En fin, se las vieron en los mil y un apuros para tener un país, pero siempre tuvieron una nación. He ahí la diferencia: los pueblos pueden en ocasiones verse sin país por asuntos geopolíticos, pero la nación no tiene nada que ver con ellos.

Es importante destacar que el caso contrario también existe: la trágica historia de Yugoslavia nos muestra como un país puede existir sin poseer una cohesión entre sus integrantes que permita la creación del admirable y fortísimo lazo que les permite llamarse nación. Porque nación son también los judíos, despojados por tanto tiempo de un estado al cual llamar "país", y al cual defienden hoy día con un fervor que a veces roza en el absurdo pero que es entendible desde el punto de vista que comprende todo lo que ha luchado esta nación por poseer un pedazo de tierra al cual considerar su patria.

La nación venezolana es - y si no es, creo firmemente que debe ser - entonces el principal asunto de interés durante los tiempos que vivimos. De ella parten nuestros problemas: no son problemas materiales. Algunos de los que hemos tenido que abandonar la tierra que llamamos nuestra nos vemos con frecuencia cayendo en abismos de reflexiones y frustraciones sobre nuestra propia identidad y origen. 

Aquí van algunas, como ejemplos de lo que intento explicar.

Hay quienes se avergüenzan de decir que son de Caracas por los complejos que le inspiran ciudades más prósperas de naciones más desarrolladas; hay también quienes desdeñan de cualquier lugar en el extranjero, pues aseguran, y aquí repito la frasecita que motivó estos párrafos, que Venezuela es el mejor país del mundo. También debe escucharse la voz de muchos inmigrantes que por diversas razones se vieron alejados de sus países de origen y en Venezuela hallaron esperanza y prosperidad. Muchos de ellos también aseguran que la tierra que los albergó es el mejor país del mundo.

¿Cómo se puede tener entonces el mejor país del mundo y una nación que deje tanto que desear? Bueno, para eso hay que cavar hondo en el terreno de nuestra muy poco analizada historia, esa que estudiamos para pasar un par de materias en primaria y secundaria pero realmente no abrazamos como nuestra ni nos molestamos en repasar para buscar respuestas a nuestras situaciones. Pero la historia es maestra paciente, y suele esperar todo lo que sea necesario para que sus tercos alumnos entiendan al fin la lección.

El asunto es que hay que remontarnos a la premisa de que nuestro proceso de colonización, aunque comparte casi todas sus facetas con la historia de nuestros países hermanos, tiene rasgos particulares que hicieron muy difícil la creación de una identidad venezolana desde un principio. Los prejuicios españoles nos dejaron una sociedad fragmentada en castas y etiquetas que podrán haber cambiado de nombres a lo largo del tiempo, pero nunca desaparecieron por completo.

El estudio de la diversa terminología racial utilizada en tiempos coloniales para designar a un individuo según su origen demuestra que el mestizaje del cual tanto nos enorgullecemos (nos jactamos de ser un pueblo eminentemente mestizo) tiene líneas muy marcadas  que aún hoy día algunas familias, ya sea por alcurnia o por fruslería, insisten en recordar. Total, que somos una nación traumada racialmente que finge frecuentemente haber superado ese episodio; ¡mentira! Son muchos los que aún buscan "blanquearse" o los que presumen de tener abuelos con ojos claros o de decir que el niñito le salió rubio; el clasismo y el racismo están tapados en nuestra historia moderna, pero no cuesta mucho verles las patas.

A este punto creo necesario admitir que somos una sociedad que intenta vivir en tiempos modernos preservando su mentalidad colonial. Nuestra capacidad de crear y trasmitir prejuicios - y ojo, avispados, no me refiero únicamente a los de la "alcurnia" hacia la "plebe", sino también en sentido contrario - es asombrosa. 

En Caracas, por ejemplo, para algunos siempre será un tierrúo el que viva en el Oeste, y al mismo tiempo son muchos quienes consideran un sifrino a cualquiera que venga del Cafetal, por mencionar un par de cositas. Ni hablar entre las ciudades y pueblos: "¡Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebras!" es algo que muchos capitalinos piensan y repiten constantemente, pero tampoco falta el residente del interior  que considera al caraqueño un "creído" o un "esnob". ¿Qué nación se forja entre semejante caldo de resentimiento y prejuicio? La nuestra, por lo visto.

Y estos son apenas superficiales y relativamente inofensivos elementos que habitan en nuestra idiosincrasia. ¿Qué hacemos con los gérmenes que han contaminado nuestra nación y no solo son alarmantemente comunes sino que hay quien se siente orgulloso de ellos? La famosa "jodedera", la muy mal vista pero secretamente ejercida viveza criolla y la capacidad de reírnos de todo son alimañas con las cuales nos hemos acostumbrado a convivir. La actual nación venezolana acepta la vulgaridad, la grosería y el insulto como parte natural de su existencia. ¿Cómo forjamos una nación sólida y próspera cuando poseemos una idiosincrasia que exuda violencia verbal incluso en las situaciones más triviales? ¿Cómo toleramos esto y exigimos que terminen la corrupción, el guiso y el chanchullo?

Los tiempos actuales nos han demostrado, aunque algunos no se hayan puesto a analizarlo, cómo estas conductas destruyen lo poco que tenemos en común los venezolanos. El gobierno actual ha sabido aprovechar muy bien lo "folclórico" del venezolano para voltearnos cual toro en manga de coleo y dejarnos en lo que ha sido nuestra posición más vulnerable en siglos: víctimas de lo peor de nuestra idiosincrasia.

Otro ejemplo, un detallito: hasta hace poco, en los noventa, escuchar la música criolla era visto por el promedio de la sociedad urbana como algo de bajo nivel, risible ante la siempre europeizada o americanizada idiosincrasia. Los hornos de los tiempos actuales han podido templar un poco más nuestro acero de pueblo, y ahora la pérdida sufrida hace a muchos replantearse lo que significa Venezuela para ellos. Con frecuencia, la respuesta es la que representa el tema de estos párrafos: "Venezuela es el mejor país del mundo".

La nación venezolana considera su territorio como el mejor país del mundo porque dentro de sus fronteras las cosas se hacen y se dicen exactamente como se espera. Los venezolanos del exilio chocan contra elementos de los pueblos que les han dado asilo porque por vez primera en siglos de historia no son libres de comportarse como lo hacen en su país. ¿Y quién soporta los excesos y abusos de la nación venezolana? Nadie. Ni siquiera en lugares como Doral, Estados Unidos, donde lo único que falta es un arco dando la bienvenida con nuestra bandera para considerarnos una especie de Chinatown venezolano, se pueden ignorar cuestiones que parecen ser opcionales en Venezuela, como las leyes de tráfico o la música a todo volumen a altas horas de la noche, las restricciones para la venta de alcohol, entre muchas otras cosas.

Es la nación venezolana la responsable de todo aquello que afecta al país. El país venezolano sigue siendo el esplendoroso territorio de cataratas, petróleo y playas paradisíacas que siempre ha sido. Es una maravilla. El país venezolano sigue existiendo como siempre lo ha hecho, pero la nación venezolana se ha deteriorado hasta llegar a ser irreconocible para quien la hubiese visto por última vez hace una década. La corrupción, el cinismo, el crimen, todos estos son elementos que corresponden a la nación venezolana, dividida y enemistada consigo misma sin darse cuenta de que esa tirria solo  la perjudica a ella misma.

La otredad ha sido perdida por completo; el "otro" es siempre el culpable de las desgracias. El abismo más grande abierto en nuestra nación desde la época de los realistas contra los criollos decidió (y nos comimos el cuento) que hay dos tipos de venezolanos: uno que apoya al gobierno y otro que no. Desde esta profunda grieta han brotado las alimañas que hoy carcomen lo que en doscientos años intentamos hacer para tener un pueblo - elemento que constituye tanto estado como nación - digno y decente. Aunque se haya cometido muchos errores, esto no justifica el atentado que la nación venezolana ha ejercido contra sí misma durante los últimos quince años.

Ya buscar el culpable resulta un esfuerzo inútil; ¿qué solucionaríamos si dijésemos que tal o cual partido político es el responsable de nuestra división, de nuestra miseria? Como he dicho anteriormente, y si no lo he dicho claramente ahora lo recalco, los elementos cruciales para permitir una manipulación que haga que un país se divida no son implantados por ningún partido político: son explotados, si acaso, por quien sepa reconocerlos. Todo lo que exacerbaron estos tiempos estuvo entre nosotros calladito, disimulado, pero estuvo allí, sin solucionarse, a merced de un demagogo que supiera usarlo a su favor.

La receta de las revoluciones es sencilla, y sus ingredientes comúnmente encontrados en países que aún no han cobrado consciencia de sí mismos. Como naciones jóvenes, somos susceptibles a pestes como la actual. La verdad debe admitirse, y es que ya teníamos una buena parte de la nación resentida por sentirse excluida y marginada de las bondades que el otro sector disfrutaba. Lo que sí debe decirse es que es una nación incauta la que permite que dentro de sí misma existan dos o más naciones, especialmente si una sufre mientras la otra goza. Esa es la receta del desastre.

De cualquier manera, creo que ya a estas alturas queda claro que más que tener "el mejor país del mundo", nuestra prioridad debe ser convertirnos en una nación sólida y dejar de buscar excusas en nuestros complejos ni tapar el sol con un dedo con un facilismo de la talla de la frase que inspiró estas letras. Ojalá algún día, y a pesar de lo infantil de la frase, podamos al menos tener razones para exclamar que Venezuela es, no tanto la mejor nación del mundo, que sería tontería hablar de eso en esos términos, sino una nación próspera que se encamina hacia su éxito. Ojalá.