martes, 4 de febrero de 2014

Hoy es cuatro de febrero:

Hoy es cuatro de febrero del 2014, una fecha que pasa desapercibida en muchos lugares del mundo pero contiene hechos importantes en la historia que van desde la fundación de la red social Facebook hasta la elección de George Washington como presidente de los Estados Unidos. Para los venezolanos, sin embargo, esta fecha tiene una especial resonancia, pues conmemora dos décadas y dos años desde que un grupo de militares atentaron contra el gobierno - democráticamente electo, señalarían enfáticamente algunos hoy, quizá para darle legitimidad a pesar de sus defectos, porque lo que es igual no es trampa - de Carlos Andrés Pérez.

Yo tenía apenas siete años en aquel momento (en realidad estaba a una semanas de cumplirlos, pero para efectos de este escrito, da lo mismo), así que mi vivencia del momento no se remitió a mucho más que a tener un día sin escuela y ver montones de aviones sobrevolar el cielo de la verde urbanización valenciana donde vivía en ese entonces.

A pesar de ser un niño de primero o segundo grado, recuerdo bien aquel momento: sentado con mis padres en el balcón de mi casa, viendo un televisor que mostraba imágenes que iba desde ciertos militares uniformados hasta un repetitivo video de una tanqueta desmoronando una pared del palacio presidencial. Dichas imágenes son bien conocidas hoy día; podría incluso decirse que forman ahora parte de nuestra historia contemporánea y nos permiten marcar un claro punto de origen a los traumas que hoy sacuden a Venezuela. Con lo anterior, cabe aclarar, no quiero decir que todos nuestros problemas se hayan generado espontáneamente a partir del golpe de estado del 4 de febrero, pero sí está claro que fue un momento clave para agravarlos. Pienso que el cuatro de febrero convirtió el descontento en ira, y el resentimiento en venganza.

Todos sabemos que uno de los elementos más importantes del 4 de febrero tiene - tuvo - nombre y apellido: Hugo Chávez. A pesar de ser una subversión de numerosos oficiales del ejército, muchos de los cuales son prominentes figuras del escenario socio-político venezolano, aquel teniente coronel que declaró ante las cámaras que "los objetivos no han sido cumplidos... por ahora..." obtuvo un beneficio sustancial de su derrota televisada: se convirtió en un ídolo popular.

Por un proceso social simultáneamente simple y complejo, Chávez obtuvo en aquel momento mucho más que los quince minutos de fama que predijo Andy Warhol: se convirtió en la encarnación de los ideales populares. Similar a las aves que conservan en sus mentes la imagen de la primera criatura que observan al nacer, un importante sector de Venezuela vio en Hugo Chávez una figura que encarnaba el cambio que ellos deseaban. Esto, sumado a la amplia tradición caudillista que aún hoy impera en el subconsciente venezolano, permitió que aquel militar golpista se convirtiese en el presidente más controversial de la historia reciente venezolana, uno que se tatuó en tal nivel dentro de la psique nacional que pudo, frente a nuestras mismas narices, alterar básicamente todo aquello que definíamos como "Venezuela".

Pero no estoy acá para hablar de Chávez, aunque éste sea un elemento clave en los hechos del 4-F. No me cabe la menor duda que si el que se hubiese anunciado en televisión hubiese sido Perico de los Palotes, entonces el párrafo anterior trataría sobre Perico de los Palotes. La verdad no sé bien para que estoy acá aparte de desahogarme un rato, pero puedo decir que me interesa más hablar de una visión más global, o lo que los gringos llaman "the big picture". A tantos años de la fecha que hoy se conmemora, ya es posible - y necesario - establecer relaciones claras entre lo que aconteció entonces y lo que acontece ahora.


Es importante tejer esas conexiones, pues los venezolanos somos víctimas de una enseñanza histórica demasiado fragmentada como para comprender cualquier cosa relevante sobre ella. Toda nuestra concepción histórica es como un rompecabezas incompleto que guardamos en una caja y no queremos armar más: una fecha por aquí, una batalla por allá, y se sale uno de bachillerato sin saber cuáles fueron las repercusiones de las campañas de Bolívar en el desarrollo futuro del país, o de por qué Páez muere en Nueva York y Miranda en la Carraca. En fin, que la historia icónica, monolítica y fragmentada nos hace ingenuos e incautos, y hoy vemos el cuatro de febrero con simplismos al extremos: los chavistas lo celebran como el nacimiento de un Mesías y los opositores le escupen y lo niegan como una fecha innombrable. Yo considero necesario contemplar al 4 de febrero con la solemnidad y tristeza que merece todo estallido social producto de un descontento genuino.

Uno de los descuidos más grandes de la Venezuela actual es la de creer que las fuerzas que elevaron al chavismo al poder, comparable a otras en la historia como la herida Alemania pre-Nazi o la pisoteada Rusia de los zares, no tienen una justificación histórica. La tienen, pero el problema radica en que no se canaliza constructivamente el descontento, sino que se convierte en vehículo del populismo y la prolongación de la pobreza. El pueblo, como un trágico ascensorista, cumple inocentemente su labor de llevar hasta lo más alto del poder a demagogos y estafadores para luego volver de nuevo a los oscuros sótanos de la miseria.

El cuatro de febrero prometió revolución, pero sólo lo ha sido en el sentido más destructivo de la palabra. No hay nada de revolucionario en quienes denuncian el engaño para luego cometerlo, no hay nada de revolucionario en quien reclama injusticia para luego patrocinarla. No hay nada de revolucionario en rechazar el imperialismo y dejarse colonizar por las ideas de Fidel, ni el que dice repudiar la corrupción y saquea a la nación más que ningún otro. No hay nada de revolucionario en quien sólo concibe que la igualdad del pueblo sea en la miseria, ni hay nada de revolucionario en quien promete salvar al pueblo y lo condena al hambre y al hampa.

Hoy siento que nuevos peligros acechan nuestro porvenir nacional: el resentimiento sigue siendo el gobernante con mayor poder en el país, ya no controlando solamente a los que en algún momento apoyaron al chavismo, sino a quienes han recibido tantas bofetadas sociales de manera gratuita, sólo por pertenecer a clases sociales distintas. Los marginadores convertidos en marginados, paradoja constante de extremistas ideológicos sin conocimiento de la ideología. Veo una idiosincrasia que, sin distinguir clase social ni partido político, se va llenando de violencia e ignorancia: el otro es malo, el otro no tiene razón, el otro no debería existir.

"Chavista". "Escuálido". "Te odio, niche". "Maldito sifrino". "Burgués". "Comunista". Y la morgue de Bello Monte llena, y el malandro que nos mata sin preguntarnos por quién votamos.

Cazando a la quimera de la igualdad, lo que se ha logrado en Venezuela es resaltar las diferencias, que no son tantas como creemos, pero que vistas desde los espejos cóncavos que nos presentan los discursos políticos así lo parecen. Veo a un país al que le enseñaron que debe buscarse en Cuba y a otro que se escupe a sí mismo y quiere ser Suecia, Canadá o Australia; cualquier cosa menos Venezuela. Mientras tanto, el caos impera y el petróleo sigue fluyendo, hundiéndonos en el viscoso mar de nuestros desatinos.

Hoy es cuatro de febrero, y a pesar de haber sido un niño hace veintidós años, contemplo ésta como una fecha trágica de implosión social, cuyo eco hoy vivimos y padecemos. Matriz de muerte, exilios y miserias, sufrimiento e ira de un pueblo mordisqueado por una víbora de ponzoña inagotable.