lunes, 1 de septiembre de 2014

El mundo hiperfeliz

"Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz." - Aldous Huxley, Un mundo feliz (Cap. VII)

La felicidad ha muerto.

La terrible oración que flota por encima de esta línea no es solamente una frasecita incendiaria con el objetivo de capturar la atención de un lector. Es mi conclusión ante un mundo en el cual los sentimientos genuinos están siendo constantemente perseguidos para ser aniquilados con una inyección letal de banalidad. En este sentido, la felicidad ha sido víctima de un cruel castigo, y aunque muchos crean que está más viva que nunca, temo decirles que lo que hoy creemos que se trata de felicidad no es más que una deslumbrante pero hueca imitación de la original: la hiperfelicidad.

¿Por qué el "hiper" si se trata de una versión técnicamente inferior a la original? Principalmente porque ya nos es casi imposible distinguir entre lo que era y lo que es. Este parapeto que llamamos civilización cambia con frecuencia de nociones y conceptos, pero es en la época en la cual vivimos cuando más alcance tienen los delirios del ser humano, donde puede con más facilidad suplantarse un objeto o idea con una versión contrahecha y manufacturada. Todo lo anterior depende, claro está, de que haya suficientes personas para venderles o implantarles la idea. Algunos filósofos  - sobre todo Jean Baudrillard - han postulado que con el avance de la tecnología, poco  de diferencia habrá entre lo real y lo artificial, y distinguir entre ambas nociones nos será casi imposible.

Más allá de la espeluznante idea (vean The Matrix si les interesa el tema), las vidas humanas en estos tiempos de turbulencia posmoderna se desarrollan dentro de una burbuja de libertades aparentes, pero lo cierto es que los esquemas de hoy son muchísimo más rígidos que los de unos siglos atrás. En este particular, por ejemplo, cabe preguntarse ¿qué es la libertad para mucha gente? En su forma más representativa a nivel colectivo, la democracia, o la acción de meter un voto en una caja o computador para elegir un gobernante. Sin embargo, considerando factores como el capital invertido en campañas, las alianzas entre corporaciones y estados, ¿se trata realmente de una decisión genuina, espontánea, libre? Rara vez. Todos conocen que el sistema de campañas electorales se fundamenta en sus estrategias de persuasión de masas, y también se sabe que una masa informada capaz de analizar y criticar su realidad representaría el desmoronamiento de un sistema donde la libertad es una mera ilusión.

¿Y qué tiene esto que ver con la felicidad? Pues bien, pónganse nada más a pensar en sus vidas, o en las vidas de sus familiares, amigos o vecinos, todos individuos que en mayor o menor grado creen tener clara su idea de lo que es la felicidad. ¿En qué invierte su existencia la mayor parte de este conjunto en la sociedad "civilizada"? Las respuestas pueden variar entre el trabajo - el cual en sí mismo es el medio para obtener aquello que nos hará felices - , la búsqueda de placer - es decir, la felicidad en sí misma - o acaso el futuro de sus familias - en este caso, la felicidad de los suyos - ,pero incluso allí cuando creemos basar nuestras vidas en nuestros gustos, nuestras metas y nuestras decisiones, corremos el riesgo de caer sin darnos cuenta - o peor, sin importarnos - en una jaula de prejuicios e ideas falsas que nos alejan de nuestra idea de felicidad.

Se dan casos, por supuesto y por fortuna, de personas cuyo motor de felicidad proviene de su interior y cuenta, en la medida de lo posible (porque nadie está a salvo de los constructos culturales que conforman nuestra personalidad), con autonomía y autenticidad. Son preciadas mentes en un mundo de gente que prefiere seguir esquemas prefabricados que no se cuestionan sino que se adoptan a ciegas y porque sí, y si no se adoptan, se vive en constante infelicidad por no poderlos alcanzar. La sociedad en tiempos de hiperfelicidad actúa como una red corregidora de mentes "anormales" a las cuales se les rechaza y condena por ocurrírseles no cumplir con lo que establece la matriz de banalidad que brota de ella. El mundo hiperfeliz no puede tolerar que una persona no participe en sus euforias.

Un ser hiperfeliz intenta hacer de todo, probar de todo, ir a todo lugar y tenerlo todo, tanto como le sea posible. Más, más, más. Se esfuerza por lograr cumplir con la superficie de todas estas acciones, pero rara vez profundiza y medita sobre ellas. Un hiperfeliz viaja a un lugar, se retrata en él y brinca hacia otro en el cual sacar un nuevo retrato, pues ante todo un buscador de sensaciones: todo le emociona, todo lo quiere, pero no tiene tiempo para detenerse a pensar por qué lo quiere o qué es realmente la naturaleza de lo que desea.

Para los hiperfelices, toda incitación a profundizar sobre la naturaleza de un elemento es una pérdida de tiempo; analizar y cuestionar es "enrollarse" o ser "demasiado intenso". Y ay de quien se le ocurra presentarle a un hiperfeliz un pensamiento que no vaya coloreado del positivismo de cartón en el cual cree fielmente: ¡mala vibra! ¡nube gris! El hiperfeliz niega tanto como pueda el sentido trágico de la existencia y con frecuencia balbuceará máximas parecidas a las siguientes: "busca tu felicidad a toda costa", "lo único que importa es ser feliz" y otras tantas.

Adicto a la infantil demagogia de la autoayuda, el hiperfeliz no se da cuenta de lo débil y peligroso de semejante planteamiento: Hitler, Stalin y Hussein quisieron ser "felices" a toda costa, y miren lo que hicieron con sus pueblos y buena parte de la humanidad. Un psicópata intentará también satisfacer su sed de felicidad y ejecutará las más abominables y horrendas acciones. ¿Qué puede decir un hiperfeliz al respecto? ¿No ve entonces cómo contradice su pseudo-filosofía? No: es un planteamiento demasiado "enrollado" o "negativo" como para entrar en su sistema.

Aquí vuelvo a aclarar, en caso de que se haya olvidado, que la búsqueda de la felicidad en sí es un bien encomiable y noble, pero recuerden que para el hiperfeliz la "felicidad" es un producto muy alejado del sentimiento original, que si bien es difícil de definir, claramente es más complejo y profundo que la banalidad prefabricada que nos quieren vender hoy en día. La felicidad como sentimiento de sutil plenitud, de serenidad y aceptación de la existencia no es popular en la época de la hiperfelicidad, y permanece secuestrada, acaso aplastada, entre la euforia de los hiperfelices que, como he dicho antes, consiste esencialmente en hacer sin pensar, tener sin entender, lograr sin querer y consumir, consumir, consumir.

Con sus frenéticas exigencias y necesidades implantadas, la hiperfelicidad se convierte, para mayor ironía, en una de las más peligrosas matrices de infelicidad de nuestra época. Cada vez son más los individuos frustrados y descontentos ante su existencia por no cumplir este "deber ser" que les han vendido como lo que es deseable, lo que es valorado y lo que es correcto. Es posible que esta corriente haya existido desde mucho antes de nuestra época, pero otro "hiperismo", la hipercomunicación - de la cual quizá escriba otro día - le ha dado un poder quizá demasiado grande a los hiperfelices de propagar su corrosivo estilo de vida.

Una de las obras que más me ayudó a reconocer el velo de la hiperfelicidad fue, cómo no, "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. En el futuro distópico pintado por el autor, la gente del mundo civilizado depende de cierta droga para silenciar las angustias de la existencia: la fealdad, la enfermedad, la vejez, el dolor y el sufrimiento. El mundo feliz de Huxley nos pinta una sociedad de castas irrenunciables e inamovibles, espeluznantemente vacía, completamente banal y finalmente estúpida a pesar de su avanzada tecnología.

Se trata de un mundo cuya gente más pudiente vive entre placeres artificiales y vanos, se escandaliza e impresiona cuando encuentra y enfrenta el hecho de que ser humano va más allá de la búsqueda de placer, y que una vida constituida solamente de momentos felices no es más que un engaño plástico e insustancial. Quitando muchas de sus pinceladas de ciencia-ficción (aunque algunas podrían materializarse en relativamente poco tiempo), considero que la pesadilla del Mundo feliz está más cerca de nosotros que muchas otras con más popularidad. La hiperfelicidad nos convierte en máquinas de deseos vacuos que reniegan de todo aquello que nos hace humanos. En el mundo hiperfeliz se esboza la inquietante sonrisa de quien ha dejado de pensar y sólo busca sentir.

Aunque la felicidad haya muerto, intentemos revivirla.


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