sábado, 16 de noviembre de 2013

Protopaís: meditaciones sobre una nación en gestación

Una de las cosas que más ha de dolernos a quienes aún no renegamos ni nos avergonzamos de nuestro país de origen es saber que, en casi todo ámbito, tal país ya no existe. Comprender esto me tomó al menos diez años, y aceptarlo quizá me tome varias décadas más, y es que abrirse ante tal idea puede revelar un abismo de frustraciones tan profundo que termina uno comprendiendo a quien decide no pensar en el asunto, se pone una gorrita de Capriles y repite la frasecita: "el tiempo de Dios es perfecto".

Históricamente, el venezolano - como latinoamericano que es - ha sido una encrucijada de culturas que por azares y azoros han terminado encallando en nuestras costas. En sus historias fabuladas, Herrera Luque dijo que "somos como la hallaca, encrucijada de cien historias distintas: el guiso hispánico, la masa aborigen, la mano esclava, el azúcar del Índigo, la aceituna de Judea..." y aproximándonos a Diciembre, mes que exacerba mis nostalgias por el país que ya no es más que ningún otro, vale la pena tomar la metáfora y analizarla un poco más a fondo para intentar entender lo que nos sucede.

Aunque no sepa mucho de artes culinarias, creo que no exagero al afirmar que la hallaca es la comida más delicada de preparar del menú criollo, y con más riesgos de ser un completo fiasco si no se ejecutan los procesos de la receta correctamente. ¿Alguna vez han probado, por ejemplo, una hallaca hecha con hojas malas? Es algo repugnante. ¿Una masa mal hecha? Un asco. ¿Qué podemos decir del guiso? Si los aliños que en él se cuecen estuviesen podridos, ¿cómo creen que resultaría el sabor? Entonces, al considerar que cada uno de los ciudadanos de Venezuela es parte de estos ingredientes, cabría preguntarnos cuál será el producto final de esta cocción: ¿será un manjar o un suplicio para nuestro paladar? Para el momento en el cual escribo esto, la respuesta es clara y nada apetecible.

Alejándonos ya de la cocina, he pasado mucho tiempo - quizá demasiado - meditando sobre las tribulaciones de nuestra nación. ¡Vaya tema ligerito! En fin... más allá de los necios lugares comunes que declaran que "el venezolano es naturalmente flojo" o "aquí lo que quieren es que el gobierno les dé todo", creo que hay diversos elementos que deben analizarse con profundidad y, sobre todo, con imparcialidad para entender nuestra situación.

No me da vergüenza decir que soy venezolano. Tampoco siento un orgullo efervescente ante la bandera ni cualquiera de sus símbolos, pero estoy abiertamente opuesto a los complejos de inferioridad y las expresiones facilistas, la indignación de quien simplemente quiere "ser de otro lado" y la actitud, siempre digna de mi más profundo soslayo, de quien se lo cree. Sí, soy venezolano; sí, mi país es una tierra que está sufriendo, llena de caos, desencantos y miserias, pero es de donde soy, y punto. El día que me vean diciendo "Venezuela es una mierda" será el día que esté dispuesto a decir que toda mi familia, mis amigos, mis maestros y personas admiradas son una mierda, y no pienso hacer tal cosa.

Total, que entre las causas de las dolencias nacionales hay un elemento en particular con el cual más he jugueteado últimamente, y aunque inicialmente puede parecer de resignación (y quizá parte de él lo sea), es también un pensamiento de aceptación ante el hecho de que las naciones, antes y después de serlo, se reinician múltiples veces a lo largo de su proceso de maduración, y a estas explosiones - y con frecuencia implosiones - debe vérseles como parte imprescindible de su desarrollo e historia.

Desafortunadamente, no presento (ni pretendo presentar) mucho consuelo para quienes nos ha tocado vivir en tales tiempos, para los individuos que añoramos un país que ya no existe y quienes sufrimos en múltiples maneras por él. Aquí debo corregir mi propia expresión y decir que más que añorar un país que no existe, añoramos un estado intermedio de lo que algún día podría ser un país. Cabrujas señalaba que "somos un país en gestación", y que "Venezuela no se ha inaugurado". Su reflexión podrá parecer absurda en principio, sobre todo para todo el que considere que para que una nación exista basta con tener un escudo de armas, un par de próceres y un himno. Entonces, me temo que el lugar que añoramos es más bien un Protopaís.

Contemos con este ejemplo: el continente americano tiene 521 años de descubierto por el osado genovés, y podría decirse que Venezuela tiene 446 años, si tomamos la fundación de Caracas como punto de partida, aunque como república apenas y llega a los 200. Para el momento en que Colón emprende su primer viaje, culminaba en España el proceso de la Reconquista, una era de casi ocho siglos en la cual la cultura árabe y la goda se batieron en constante duelo por el dominio de la Península Ibérica, terminando con la toma de Granada y el triunfo de los Reyes Católicos.

Lo anterior lo considero de mucha relevancia, pues me ofrece una lección importante de perspectiva: ni siquiera contando desde el primer momento en que se supo de la existencia de este rincón del Caribe que luego llamarían "Venezuela" hasta la actualidad, se dispone de una cantidad de tiempo significativa para la formación de una cultura nacional comparable a la de los pueblos ingenieros de este aparato que llamamos "civilización occidental".

Si se dispone uno a estudiar, por ejemplo, la historia de España, es imprescindible remontarnos a tiempos en los cuales ni siquiera el César se había aventurado a tierras ibéricas. Los ocho siglos de la Reconquista y el dominio árabe no son más que una etapa - importante, pero etapa al fin - de lo que hoy conocemos como España, el pueblo y la nación caracterizados por su flamenco, sus paellas, su fútbol, y su crisis económica actual. Nuestra lengua - como todas las lenguas - y nuestra cultura - como todas las culturas - obtiene su aparente uniformidad por haberse cocido con las llamas del conflicto y la barbarie. Tal parece que sólo así saben cocinarse las sociedades humanas.

Las tan admiradas naciones nórdicas, hoy ejemplo de educación y progreso, fueron alguna vez los saqueadores más temibles y violentos del continente europeo. La gran mayoría de las naciones, para llegar a donde están hoy, tuvieron que pasar por una época de barbaries inimaginables. ¿Qué era de los pueblos europeos durante el oscurantismo? ¿Cuánto horror vio Francia durante su revolución, matriz que nutrió gran parte del pensamiento actual? La historia de los pueblos eslavos cuenta barbaridades insondables para nuestros tiempos, y si queremos un ejemplo más reciente y cercano, les aconsejo revisar los dolores de la caída del imperio español.

Sin pretender ofrecer una excusa a las miserias que hoy vive Venezuela y Latinoamérica, ¿no somos un poco ilusos e injustos al pretender exigirle a una región que "apenas" lleva quinientos años de descubierta, y sus naciones acaso doscientos de fundadas, que se comporte a la par de pueblos que contienen en ellos tradiciones milenarias? ¡Miren nada más cuántos estragos causó a la humanidad un pueblo como el alemán, y esto en pleno siglo XX! ¿Qué queda para las regiones cuya historia original fue sepultada con crucifijos y arcabuces? Mi abuela murió de noventa años, y si la república de Venezuela existe desde hace doscientos, cabría decir que casi en el curso de dos vidas como la de ella se puede medir la edad de nuestra nación. ¿Qué sugiere esto? Pues que no hay que estar muy cerca de nuestra bandera para darse cuenta de que todavía huele a la pólvora del siglo XIX y que este guiso no se ha cocinado aún.

Los pueblos latinoamericanos apenas gatean, y lo hacen sobre los escombros que les han dejado por herencia. Es cierto, vivimos en otra época, gozamos de un "progreso" que técnicamente debería hacernos mejores que los pueblos de la antigüedad, ¿cierto? Pero no se puede olvidar cómo nos llegó ese tal progreso, cómo se planteó el esquema de lo que era Latinoamérica después de liberarse del yugo español, vientre que engendró muchos de los vicios de nuestra idiosincrasia. ¿Cómo pueden estas naciones que apenas se entienden a sí mismas tener una cohesión sociocultural lo suficientemente fuerte como para hablar de "nación", mucho menos de "país"? Los términos "Protopaís" y "Protonación" me los he inventado, pero me han servido para canalizar mis propias frustraciones sobre Venezuela y nosotros los venezolanos.

Es doloroso asumirlo, pero no hay suficientes valses de Antonio Lauro como para compararlos con los muertos que ingresan a Bello Monte en cualquier mes del año, ni suficientes cuentos de Uslar Pietri para contraponerse a los insultos del gobierno a sus oponentes. No hay suficientes versos de Nazoa ni novelas de Gallegos para darle contrapeso a los ranchos donde viven muchos venezolanos, pero es la realidad que nos ha tocado vivir, y tal es el comportamiento de los protopaíses, capaces como la humanidad misma de producir lo sublime y lo terrible. Me esperanza pensar que los textos del futuro hablarán de nuestra época como hablan los ingleses de las invasiones normandas que lideró Guillermo el Conquistador: tiempos primitivos y lejanos, terribles y oscuros para quienes les tocó vivirlos, pero esenciales para la formación y desarrollo de una cultura nacional.

En medio de la desesperanza, lo único que me reconforta es eso: que los tiempos actuales son los pataleos y berrinches de un pueblo que aún no termina de gestarse. Solamente externalizándome un poco de la situación y asumiendo con fortaleza que todo pueblo, hasta el más civilizado, pasó por tiempos de barbarie, es que puedo ver la situación actual sin desespero. Eso sí, que la actitud anterior no nos inhiba de analizar y buscarle soluciones a un problema para muchos imposible de resolver; al contrario, esta visión representa, al menos para mí, una manera de creer en que Venezuela sí tiene solución.

Quienes me conocen saben cuánto repudio la autoayuda demagoga y las frases de autoayuda que considero atrapabobos, pero sí me atrevo a decir que aún queda esperanza, pues el solo hecho de que extrañemos algo, por ínfimo que sea, de ese Protopaís, quiere decir que algo quedará entre las cenizas en que nos conviertan nuestros tiempos. Confío, quizá siendo el más iluso, que algún día esto que llamamos Venezuela, si es que se llega a llamar así entonces, despertará después de haberse batido en duelo consigo misma, y encontrará lecciones luego de tanta miseria humana. La dialéctica quema, pero cocina. ¿Veremos nosotros el resultado de nuestros tiempos? No sé, y no lo creo, pero esto no nos exime de hacer lo que podamos en este momento.

¿Qué hacemos entretanto los ciudadanos del Protopaís, tanto los que estamos lejos de él como los que siguen allí, sintiéndonos despojados de todo lo que conocíamos y viendo desaparecer lo que conocemos? Entre otras cosas, considero fundamental recordar, preservar y rescatar todo lo que nos sea posible. Recordar. Que estos tiempos no borren las imágenes de lo bueno que hayamos tenido y de lo que queremos que tenga esa Venezuela que, esperemos, se inaugurará algún día. No perdamos jamás nuestra capacidad de indignarnos, de protestar y luego de analizar fríamente y sin pasiones nuestra historia y nuestro pasado. Leamos nuestra historia, aprendamos de la historia de nuestros países vecinos. Evitemos la conclusión insultante, despectiva y sanguínea, de "Venezuela es una mierda" o similares inmadureces, y busquemos que este análisis nos lleve a entendernos un poco mejor. Interiorizar, analizar y reflexionar  elaboradamente es fundamental en estos tiempos para esta sociedad tan acostumbrada a la gritería, el insulto y el bochinche.

Hay que tenerlo claro: de ésta no se sale fácilmente, y si alguien se los plantea de esa manera, confíen en que o se trata de un farsante o de un encantador de serpientes que al final quiere prolongar esa cultura de facilismo y falta de acción que por muchos siglos nos ha caracterizado. De esta no nos saca ni el petróleo, ni el cacao, ni el uranio enriquecido; de hecho, en este momento nuestras riquezas juegan en nuestro contra. Hay que volverse hacia un capital que hace tiempo, deslumbrados por los taladros y dividendos inflamables como el combustible, dejamos de explotar: el capital humano. Tenemos una sociedad infectada por odios y resentimientos, y no vayan a creer que me refiero únicamente al lado del gobierno. Las sacudidas del tiempo que vivimos han creado a un venezolano que se encarama en el taburete de su idiosincrasia violenta y retrechera para pelear y no discutir, para pelearse y no buscar acuerdos, para desear la derrota del otro más que la reconciliación.

Venezuela vive un Medioevo con internet, un oscurantismo con iPads, una barbarie que se transmite en cadena de radio y televisión, y tiene que recordar que a la Historia, maestra admirable pero increíblemente severa, no le importa dejarnos en esta situación cuanto tiempo sea necesario hasta que aprendamos la lección. Rechacemos los simplismos, la facilidad del insulto, los engaños de la burla. Mentalicémonos de una vez: no somos especiales, no nos merecemos nada por lo cual no luchemos ni estamos pasando por nada que otros pueblos no hayan ya atravesado y superado. Admitamos que lo que nos pasa como nación es simplemente la consecuencia de una cadena de acciones que cual dominós puestos en fila se ha ido derribando ante nuestros ojos, siendo los últimos quince años su caída más vertiginosa. Decidamos pensar constantemente en Venezuela, en qué fue, qué es y qué queremos que sea. Sin constante meditación sobre estos temas, toda aparente solución será efímera.

La problemática del Protopaís consiste en que ese proceso de creación y destrucción puede continuar indefinidamente, a pesar de las nostalgias y sufrimientos de quienes tengan que vivirlo; al mismo tiempo, el Protopaís tiene la facultad de que puede ser cambiado, aunque, pretender cambios instantáneos es una de las formas más sencillas de quedar condenados a este doloroso estado.

Masa difusa de infortunios y encantos, el Protopaís nos azota y acaricia, alejando a algunos con sus latigazos de miseria y a otros nos sigue seduciendo con espejismos que se desvanecen al acercarse uno a ellos.

La historia continúa, y nosotros sólo podemos asumirnos parte de ella...


Florida, 11 de Noviembre del 2013.























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