lunes, 26 de abril de 2010

No estoy muerto...

¡Qué desafortunado lugar este cachivachero, que se vino a mostrar en la red en mis semanas más ocupadas del semestre! Pero no estoy muerto, ni me he olvidado de este rincón virtual. Tengo cachivaches que mostrarles e inutilidades que relatar, pero el a veces muy inconveniente mundo real ha reclamado mi tiempo. Para mis lectores y, sobre todo, para mis cachivaches: mis más sinceras disculpas.

Y para rematar con pavosidad política: We will come back.

viernes, 16 de abril de 2010

Cachivaches: "El Ojo del Búho"

"Zokkaras sacó un pequeño cofre de madera y lo destapó. Esto – dijo – es uno de los artefactos más útiles jamás creado – y sacó lo que parecía ser una lupa plateada exquisitamente tallada y con el símbolo de un ojo en el mango – se trata del Ojo del Búho, una reliquia hecha para descifrar todos los lenguajes del mundo, incluso aquellos que surgieron antes o después de su invención. En algún tiempo hubo varios de estos interesantes artilugios, pero hoy día podría decirte que es la última lupa poseedora de tan particular habilidad. Úsala sabiamente, Strago, y sin duda será de grandísima ayuda. Solamente pásalo por alguna página escrita en cualquier lengua mortal, y tras el lente podrás leerla en el idioma que prefieras, solo debes pensarlo y comunicárselo a la lupa poniendo tan solo un poco de confianza en ella. " (El Peregrino de Past Goliat, pag. 54)

Este cachivache es uno de mis favoritos. Su existencia responde a mi inquietud por descifrar los lenguajes que me son desconocidos pero que ya sea por su resonancia o su grafía me fascinan irremediablemente. En mi cuento "El Peregrino de Pas Goliat" (inconcluso, por supuesto), quise dar al personaje principal la grandiosa habilidad de entender cualquier lengua escrita. Una historia en la que resuena el tema del pasado, El Peregrino (título provisional, por cierto) manifiesta, entre otras cosas, cómo se han ido perdiendo cosas por considerarse obsoletas, incluso reliquias como El Ojo del Búho, evidentemente útiles pero olvidada desde tiempos remotos.

El sabio Zokkaras menciona, sin embargo, que el extraordinario artefacto es solo aplicable a lenguas 'mortales', y con esto se refiere a los idiomas de seres perecederos en la historia del mundo, y no de quienes no sienten el paso del tiempo, como montañas u océanos, quienes sin duda también tienen su lengua propia, aunque nadie la comprenda.

Su nombre es quizá una inocentada más de este intento de escritor, pero creo firmemente que si existe un ojo capaz de descifrar cualquier lenguaje, es el ojo del búho, sabio entre la fauna, arisco y misterioso. ¿Cliché? Puede ser, pero es mi cachivache.

lunes, 12 de abril de 2010

Diálogo I

Al pie de las escaleras de cualquier edificio venezolano.

"A que sí..."
"A que no..."
"Sí vale, de bolas que sí"
"Coño, que no, ¿tas loco?"
"Loco no, es que eso pasa porque tiene que pasar, así es la vida. Acéptalo"
"¿Qué vas a saber tu? A tí lo que te gusta es andar jodiéndome la paciencia"
"Ahh pues... te vas a acordar de mí"
"Marico, eso no siempre es así, fijo, como un tiro al piso, mil factores pueden cambiar la cuestión"
"Chamo, que te lo digo yo: eso, va. Prepárate es lo que es"
"Déjame quieto, ya te diré más tarde qué tal la vaina, qué ladilla"
"Date pues, hablamos, tranquilo"
"Chao".

Nueve meses más tarde, la novia de Arturo dio a luz a un regordete varón de 3.8 kg.

Anexo al Post Anterior

Si creen que lo que hablé en el post anterior es una paja loca, miren lo que un Kenbei de 18 años me acaba de enseñar. Esta historia la comencé a escribir recién llegando a vivir en un país nuevo, y algunos de mis amigos la han disfrutado. El personaje, un viejo setentón, duda de sí mismo al igual que dudo yo, y una voz le contesta:

"¡El poder no muere, Strago Verdi! – le decían las voces, moviendo algo dentro de su alma que hacía muchos años que le angustiaba – ni envejece. La propia vida se acaba cuando dejamos de creer que podemos hacer algo. Mientras haya sangre en tus venas, tú puedes cambiar este mundo. Quizá sea muy tarde cuando logres entenderlo, pero al hacerlo, aunque sea por un instante, estarás complacido."

Saquen sus propias conclusiones, yo he sacado las mías.

domingo, 11 de abril de 2010

Leyéndome a mí Mismo


"La respiración del Planeta... su llanto... aquel triste gemido de desilusión... como una madre que llora por la pérdida de un hijo... la Tierra se lamenta por la traición del hombre...Guerra, hambre, peste. Todas han sido protagonistas de los últimos tiempos. Tiempos en el que el ser humano ha transformado todo, y ha olvidado su origen... violando al Planeta... Su gloria se ha construido en el abuso permanente de la tierra. Pero todo ha de terminar, porque el Planeta ha despertado, y acabará con todo lo que le sea perjudicial, y por el camino que vamos... no nos auguro mucho tiempo..."

Puedo decir que por mucho tiempo durante mi infancia y adolescencia siempre andaba con alguna variante de block de dibujo debajo de mi brazo. Mucha gente, de hecho, me sigue preguntando "¿y los dibujos? ¿ya te graduaste de caricaturista?". Tal era mi reputación, una que me bañaba de fama eferverscente de cada vez que la maestra nos pedía algún dibujo en clase, haciéndome sentir más solicitado que un virtuoso del futbol brasilero en la liga española.

Hoy día es poco lo que dibujo seriamente (aunque aún mis notas de clases reflejan mi adicción a la caricatura) y mucho más lo que escribo. Algunos se extrañan de que yo, al que muchos imaginaban como dibujante de Disney o animador de Pixar, me haya desviado al monótono mundo de las letras. Constantemente me encuentro dando explicaciones a la gente cuando me preguntan si sigo dibujando, cuando en el fondo lo que me provoca es decirles: "¿y a tí que te importa? Es mi vida y hago con ella lo que me da la gana".

Sin embargo admito que hubo una ruptura casi tectónica de mi talento, una que produjo una consecuente ramificación de mis preferencias artísticas.

Las líneas que leyeron arriba (esa incoherente advertencia cuasi-profética) ahora las reconozco como el primer temblor que originó el desplazamiento de las placas de mis talentos. Fue esto lo primero que escribí en un cómic que aún (como la gran mayoría de mis historias, cuentos, proyectos, etc...) mantengo incompleto, pero no olvidado.

Los que se tomaron la molestia de leer mi primer post saben que este blog se trata tanto de ideas incompletas como de mí mismo, e incluso podría decirse que yo soy también una idea incompleta. En mi travesía por los archivos de estos retazos de ideas, ese mar de carpetas y viejas imágenes escaneadas, empecé a releer lo que había escrito en aquellos momentos para mi cómic. Y fue así que terminé leyendo a ese Kenbei de dieciséis años como si fuese una persona totalmente separada de mí, una que me ha dado más de una lección a través de sus escritos.

Este puberto del carrizo parecía entender la vida mucho más que el titubeante periodista de 25 años en que se convirtió, y tenía tal convicción en sus sueños flotantes que en las líneas que se le ocurrió guardar para la posteridad se puede oler un espíritu con una decisión y una visión envidiables. Mis padres y familiares se ríen al escuchar que me siento viejo con apenas dos décadas y media en mi haber, pero como dijo el arquitecto Franklin Wright: "la juventud no es más que un estado de ánimo". ¡Y qué ánimo el de este carajito! Con sus ideas que germinaban dentro de cuatro paredes de La Trigaleña en tardes de lluvia y tiempo que matar, es capaz de proyectar su lira a través del tiempo y darme un muy necesario pescozón cuyo impacto parece gritar "¡yo sigo aquí, pendejo!".

Ciertamente es una experiencia interesante el leerse a uno mismo.



sábado, 10 de abril de 2010

(VIN) Virus de Inmunodeficiencia Nacional



"La ignorancia es el elemento más violento de la sociedad" Emma Goldstein.

¿Me creerían si les digo que los países se enferman? Son primordialmente territorios, pero también son gente. Llega un momento en que uno debe hablar de una nación como si hablara de un individuo y, a su vez, de sus individuos como si se hablara de células. Así pues, tendríamos que cada uno de nosotros somos células en un organismo mayor, y cumplimos diferentes misiones dentro de este cuerpo. Varias veces durante los últimos años he expuesto a mis familiares y amigos que Venezuela, esa mujer hermosa, encantadora y sobre todo provocativa, ha adquirido una deficiencia inmunológica severa, una especie de SIDA nacional.

Nadie lo supo, ni ella misma, y por más de cuatro décadas todos disfrutaban su contagiosa sonrisa, su rítmico bailoteo, su brillante gozadera. Muchos fueron los hombres quienes disfrutaron de sus encantos y no pensaron en usar la protección necesaria para que esos momentos no tuvieran consecuencias fatales en ella. Muchos fueron los hombres que la sedujeron y ella, inocente y dadivosa, se entregó con pasión caribeña a ellos. Pero ellos no le dieron nada. Se reían a sus espaldas de la hermosa pero tonta mestiza que solo servía para satisfacer sus más bajos deseos.

Los síntomas que hoy la aquejan son múltiples: hambre, crimen, desempleo, inflación. Estos son  resfriados que pueden afectar a cualquier país, pero para la pobre Venezuela, al igual que otros pueblos del llamado tercer mundo, resultan letales. Los diagnósticos han indicado que este cuadro de síntomas tiene como raíz un conocido pero poderoso virus: la ignorancia.

La ignorancia es un microorganismo cultural que habita en todas partes, está latente en cada una de las células de la sociedad. Al igual que las bacterias que habitan naturalmente dentro del cuerpo humano, el problema surge cuando se sale de proporción. Ya lo dice la frase: “todos somos ignorantes, lo que pasa es que ignoramos distintas cosas”. No se puede pretender tener un pueblo de eruditos, tal cosa es un gran absurdo. Pero la ignorancia no es solamente la falta de un título universitario o de una profesión lucrativa. Ni siquiera está necesariamente relacionada con la pobreza.

En el fondo de nuestro “timo nacional”, es decir, ese sitio donde un país cuenta con los anticuerpos necesarios para combatir agentes dañinos, se encuentran estructuras protectoras elementales como independencia de poderes públicos, políticas educativas y de salud coherentes, entre muchas otras que son necesarias para poder llamar a Venezuela una “república”. Al igual que el virus del SIDA, el peligro del virus de la ignorancia radica en que su sintomatología es solo evidente una vez que se ha apoderado de los elementos básicos que defienden a la nación de una infección crónica.

¡Si tan solo Venezuela hubiera insistido en el uso de un profiláctico antes de unas cuantas décadas de placer! Esa barrera sencilla que apenas costaba colocarse: construyendo escuelas, urbanizando el país, motivando al ciudadano a trabajar. No. ¡Pobre la morena, pobre la catira! Pobre Venezuela, que como diría Desorden Público, fue tan mal amamantada con tetero de petróleo, ignoraba hasta eso.

Y aquellos viejos zorros tampoco se molestaron en recordárselo. Viejos sesentones de cuello blanco y retórica serpentina le prometían flores, le calentaban la oreja con sus promesas electorales. Y ella se vistió de gala muchas veces a lo largo de los años, unas veces de verde y otras de blanco, y celebraba, feliz de ser amada por aquellos hombres tan exquisitos. Hasta que llegó el día en que se dio cuenta de que estaba enferma, y que era poco lo que le importaba a aquellos hombres de paltó y Black Label. Un par de ellos, conscientes del mal que padecía, se ganaron sus últimas gotas de confianza y cariño, pero incluso allí fue engañada.

Y después de un tiempo en el que otros hombres se sentaron en su silla, ya no pudo contener su desesperación. Tanto la consumió el resentimiento que cuando se vio en el espejo y no era ni la sombra de lo que era antes, decidió probar un remedio milagroso del que había escuchado por ahí. Según le decían, lo habían patentado en Rusia, aunque el frasquito que pudo conseguir era una especie de medicamento genérico que le vendió un viejo barbudo, un militar muy pintoresco, amante del tabaco caribeño.

“No te preocupes, preciosa” le dijo en su guapachoso acento. “Con este remedio que tengo aquí te curarás de todos los males que te han hecho sufrir”.

¡Ay de Venezuela, que en su desesperación probó las pildoritas rojas!

¿Saben cómo se llaman las enfermedades que afectan a un paciente de SIDA en la etapa terminal del síndrome? Infecciones oportunistas. Son agentes a los cuales el cuerpo humano ya ha desarrollado una inmunidad natural y sin embargo, gracias a la destrucción del sistema inmunológico, ganan entrada al cuerpo del enfermo. Son entidades que se aprovechan de un país débil y necesitado para hacer de las suyas, como los gérmenes que le introdujeron aquellos viejos con que salió por más de 40 años y todavía pululan en el país.

Venezuela hoy día está en cama, aunque todavía sonríe e intenta bailar. Algunos doctores dicen que todavía hay esperanza, pero el problema está en que, por alguna razón, ella sigue creyendo que las pildoritas rojas la van a curar. Por más que le repiten que ese viejo charlatán y sus compinches solo se aprovechan de ella para ganar sus favores, y que si algo están haciendo esas pildoritas es contaminar más su débil cuerpo y dejarla en la pobreza, Venezuela no lo quiere entender. Las infecciones empeoran, y el doctor que solo ofrece falsas esperanzas se hace rico a costas de la abatida nación. Ninguno antes se había aprovechado de ella tanto como él. Venezuela está enferma, y sigue creyendo que el socialismo la va a curar.

CUIDADO: Contenido Político

Llámenlo fiebre del sábado por la tarde, pero olvidé mencionarlo en mi post introductorio. Mi país, al igual que muchos en Latinoamérica y el mundo, ha sido invadido por una ola de ignorancia disfrazada de ideología cuya causa principal fueron otras olas de ignorancia y corrupción disfrazadas de democracia. Por este y otros motivos, me va la política. Así de simple. Ocasionalmente, y con mucha más frecuencia de la que quizá les guste, podrán verme hablar de eso que no se habla ni en la cama ni en la mesa, y que sin embargo influye más en ambas de lo que nosotros quisiéramos admitir. ¿Que cómo es esto parte de un cajón de ideas decapitadas e inutilidades polvorientas? Pues, todos sabemos que no hay nada más inútil que intentar convencer a los demás de que tenemos la razón, pero todavía lo hacemos. ¿No es eso la política?

Dejen que les enseñe un poco sobre la eÑe



En mi opinión personal, y desde un punto de vista alfabético, el idioma castellano no tiene mayor particularidad al compararlo con otras lenguas occidentales que usan el alfabeto romano. No tenemos las Ø de los noruegos, ni las refinadas Ç francesas. Ni siquiera en fonética y pronunciación nos enrollamos mucho la vida: las “A” son “ahh”, las “E” son siempre “eeh”. Tampoco somos unos exagerados en la yuxtaposición de consonantes, como por ejemplo los polacos que para decir “lombriz”, dicen “dżdżownica”, o los húngaros que para brindar no dicen “¡salud!” sino “Egészségünkre”.

Sin embargo, existe un sonido que los franceses e italianos escriben “gn”, los pueblos de Europa Oriental (entre otros) lo denotan “ny” y los portugueses “nh”, pero que en la patria de Cervantes se ha merecido su propia letra: la eñe. Antes de su existencia, la eñe era algo así como una “ene al cuadrado” (nn), y cuenta la historia que para ahorrar esfuerzo y tinta, le crearon ese bisoñé que responde al nombre de virgulilla.

Dirán que revoloteo sobre lo obvio, que medito sobre lo absurdo, pero en la eñe puedo observar más que un simple fonema.

No debe de ser casualidad que algunas de las palabras que caracterizan a los hispanohablantes a nivel internacional llevan a la muy menospreciada eñe, ¡incluyendo el nombre del país donde se originó el idioma! ¿Qué sería de México y otros pueblos de América latina sin la eñe en sus piñatas? ¿Tendría tanta resonancia nuestra frustración, rabia o impresión si no pudiésemos exclamar un ¡coño! que rebote en las paredes? ¿Cómo llamaríamos a ese ciclo de 365 días que usamos para dar una unidad al paso del tiempo y no confundirlo con una referencia al final del aparato digestivo humano? Ni hablar de los gentilicios de tantísimas regiones del mundo como los panameños, caribeños, hondureños, curazoleños, entre otros.

Podría pasar todo el día citando los ejemplos en donde la modesta eñe es el condimento que da sabor a nuestra lengua, una aureola torcida o un copete que flota por encima de la N que nos identifica en un océano de idiomas, y que si bien no corre el riesgo de extinguirse por completo (pues implicaría un rediseño completo del castellano, lo cual lo vendría convirtiendo a su vez en otra lengua totalmente diferente) se ha ido apartando del uso casual, y ha sufrido varios reveses motivados en gran parte por la estandarización de la tecnología.

¿Cuántos de nosotros, miembros de una generación virtual, nos molestamos en cambiar la configuración del teclado de nuestras computadoras importadas al español? ¿Quién te escribe mensajes de textos con eñe? He sostenido larguísimas conversaciones por MSN que, a pesar de ser realizadas en perfecto castellano, por limitaciones técnicas han sido extirpadas de la eñe.

Así pues, y tal como admitiría la argentina María Elena Walsh, la costumbre ya se ha probado el verdugo de elementos de nuestro idioma como los signos de apertura exclamativa e interrogativa (¿,¡) y no han faltado quienes consideran obsoleto el uso de la eñe, tal como lo prueba una controversial petición de la Unión Europea a España para que eliminara su uso.

¿Por qué no eliminan su umlaut (ü, ë) los alemanes o el rabito de la cedilla (ç) los franceses? ¿No se trata también de una herencia germánica o visigoda obsoleta que podría perfectamente ser denotada con otra letra del alfabeto? Citar a Gabriel García Márquez es oportuno, pues el Premio Nobel corrige a aquellos que sugirieron que la eñe era un carácter anticuado cuando escribe: “la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos”.

Es entonces que conviene evaluar cuánto valoramos el idioma que hablamos, si preferimos seguirlo extirpando de su identidad (y por consecuencia, de la nuestra) o, cual traje de etiqueta, elegimos lucirlo en todo su esplendor. Modesta, pequeña y para muchos irrelevante, va más allá de toda discusión que la eñe es un pilar que sostiene el idioma castellano y omitirlo o despreciarlo significa demoler lo que ha perdurado con el paso de los siglos.

Ahora me disculpan que me retire, pero tengo un plato de ñoquis y un vino añejo que me esperan.

Bienvenidos al K-chivachero


Antes de empezar a depositar mis ideas, opiniones y pensamientos en este blog, siento que es necesario dar una explicación referente al por qué de su nombre. A medida que pase el tiempo, quizá se darán cuenta de que me obsesiona un poco el explicar el por qué de las cosas, incluso de algunas cuya razón no es particularmente trascendental para nuestras vidas. Pero no es secreto para nadie que todo tiene un por qué.

Empecemos con la definición que nos da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.




cachivache
1.m. desp. Utensilio u objeto arrinconado por inútil.

Ya pueden ver que detrás de la rimbombante y quizá chistosa palabra se esconde un significado bastante triste. Es el destino de muchas de nuestras ideas el perecer en el vacío de la inutilidad porque simplemente no tomamos la molestia de plasmarlas en algún lado. Al final, somos nosotros mismos quienes determinamos la inutilidad de nuestros pensamientos, y eso nos convierte en nuestros propios verdugos. Al menos ese es mi caso.

Este cachivachero, (cuya informal escritura con Ka sólo responde a la simple razón de que el nombre original ya había sido tomado en Blogspot y a la falacia idiota de que las cosas con Ka son más recordables que las cosas con Ce) es mi segundo intento de mantener un blog, y esta vez espero poder garantizar un lugar de reposo a estos pensamientos que he jurado no abandonar y que tantas veces he abandonado.

Bienvenidos entonces a este cajón de inutilidades, al rincón del ático de mi alma donde habitan criaturas fascinantes, resentimientos gruñones, miedos que carcajean, filosofías ilustradas e iniciativas cobardes. Mi padre siempre ha insistido en que me es difícil desprenderme de las cosas. Quizá por eso escribo este blog. Quizá hasta en eso tiene razón.

Kenbei.