viernes, 26 de noviembre de 2010

Nietzsche: Diez mandamientos para escribir con estilo

En vista de la ínfima producción de cachivaches (o mas bien de la falta de tiempo para describirlos), coloco otro decálogo que servirá como pauta para todo aquel que se lance a la aventura de escribir. Esta vez su creador es Nietzsche, quien, al igual que Quiroga, se tomó la libertad de dejarnos estos mandamientos (aparte de otro set de "anti-mandamientos" que también recomiendo leer). En fin, aquí está:

I - Lo que importa más es la vida: el estilo debe vivir.

II - El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.

III - Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.

IV - El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.

V - La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; También la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos.

VI - Cuidado con el período. Sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan sólo una afectación.

VII - El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente.

VIII - Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.

IX - El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.

X - No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría.





jueves, 25 de noviembre de 2010

Carta al Mal Maestro

He aquí un cachivache que tenía muchos años empolvado, entre loncheras y morrales viejos. En vista del abandono en que he tenido al blog, esta epístola me despertó y me pidió que fuese ella la que rompiera el grave silencio de mi polvorienta estancia virtual. Como no soy quien para negarme a los caprichos de mis cachivaches, hela aquí.

Carta a mis [afortunadamente muy pocos] malos profesores (y sólo a ellos):


¡Saludos, [ya no tan] respetados maestros! Aunque por muchos años avancé por mi vida sin dar importancia a cómo su [mala] enseñanza podría influir en ella, ahora me he dispuesto a dedicarles unos breves párrafos, agradeciéndoles la mayor lección que me han dejado: cómo [no] ser un buen maestro.

Gracias por haber convertido la historia de mi país en una interminable repetición incoherente de fechas y nombres, apiñados por años en los cerebros de sus estudiantes de modo que, aparte de purgar cualquier interés en el pasado nacional, constituyan un bolo cerebral capaz de causar retortijones a la sola mención de algún prócer o fecha patria. Eso sí, exitosa su labor de mantenernos derechitos al cantar el himno, sin ponderar en el significado de sus estrofas más allá de lo obvio de algunas de sus frases.

Gracias por no molestarse en entender a los estudiantes que no respondieron a sus estrategias pedagógicas (cuando las hubo, claro) y por intentar medir a sus cuarenta y tantos alumnos con un mismo patrón, a menudo arcaico y obsoleto, y absolutamente falaz. De este modo, nunca se dieron cuenta de quiénes éramos como individuos, dándonos los primeros matices (y quiero seguir pensando que sin intención) de la crisis que muchos sufrimos en la adolescencia de querer ajustarnos a moldes y expectativas para buscar la aprobación de otros.

Gracias (y estas deben también de ser extendidas a los directores del plantel, planificadores de una estrategia educativa discriminatoria y parcializada) por hacer de las artes una actividad de cuarta, quinta o ninguna prioridad en su esquema educativo. Porque las clases de “música” se convirtieron en un segundo recreo sin ningún tipo de fundamento ni seriedad profesional, y porque incluso la famosa “educación artística” fue ejecutada de la manera que sólo lo que es requisito legal se ejecuta: con desgano y sin respeto alguno por tan importante disciplina.

Gracias por convertir un universo de infinitas posibilidades como el mundo matemático en un hermético clóset de torturas donde nos sumergían a diario en un terrible “elitismo pedagógico”; es decir, en un régimen donde la comprensión de menos del diez por ciento de la clase fue suficiente para considerar la lección como aprendida, y al diablo los otros treinta y seis individuos que no entendimos qué era ni cómo se hacía la factorización de aquel polinomio. Me refugio en mi secreta creencia de que, en alguna parte del universo, enseñar matemática sin ilustrar la lógica infinita de sus principios es un sacrilegio.

Gracias por descargar sus frustraciones y desencantos como profesionales fracasados (pues que no les quepa duda alguna de que lo son) con los jóvenes que aún creen en la posibilidad de un futuro próspero del cual son protagonistas. Gracias por administrar con cierto regocijo (que sólo era delatado por un breve brillo sádico en sus pupilas) un tormentoso “cero-nueve”, bien sabiendo que aquel estudiante dependía de tan sólo centésimas para pasar la materia.

Gracias por ser ilustres ejemplares de lo que no debo hacer en ninguna de las clases que enseñe, pues con el volumen de su mala práctica me han mostrado cómo discernir el camino que un verdadero docente debe recorrer si quiere crear en sus alumnos una diferencia. Cada una de sus acciones me ha demostrado la profundidad de los abismos en donde puede caer un maestro que pierde el rumbo, el propósito y el significado de lo que representa.

En resumidas cuentas, gracias por hacerme ver en dónde está la basura que contamina a la humanidad. Oscura fue la hora en que decidieron dedicarse a la docencia. Disfruten estos breves agradecimientos, pues serán los únicos que recibirán de mi persona, y quizá lo único de “agradecimiento” que tienen es que comienzan con la palabra “gracias”.

Les olvidará de inmediato, su ex-alumno:

Kenbei.