viernes, 26 de noviembre de 2010

Nietzsche: Diez mandamientos para escribir con estilo

En vista de la ínfima producción de cachivaches (o mas bien de la falta de tiempo para describirlos), coloco otro decálogo que servirá como pauta para todo aquel que se lance a la aventura de escribir. Esta vez su creador es Nietzsche, quien, al igual que Quiroga, se tomó la libertad de dejarnos estos mandamientos (aparte de otro set de "anti-mandamientos" que también recomiendo leer). En fin, aquí está:

I - Lo que importa más es la vida: el estilo debe vivir.

II - El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.

III - Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.

IV - El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.

V - La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; También la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos.

VI - Cuidado con el período. Sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan sólo una afectación.

VII - El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente.

VIII - Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.

IX - El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.

X - No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría.





jueves, 25 de noviembre de 2010

Carta al Mal Maestro

He aquí un cachivache que tenía muchos años empolvado, entre loncheras y morrales viejos. En vista del abandono en que he tenido al blog, esta epístola me despertó y me pidió que fuese ella la que rompiera el grave silencio de mi polvorienta estancia virtual. Como no soy quien para negarme a los caprichos de mis cachivaches, hela aquí.

Carta a mis [afortunadamente muy pocos] malos profesores (y sólo a ellos):


¡Saludos, [ya no tan] respetados maestros! Aunque por muchos años avancé por mi vida sin dar importancia a cómo su [mala] enseñanza podría influir en ella, ahora me he dispuesto a dedicarles unos breves párrafos, agradeciéndoles la mayor lección que me han dejado: cómo [no] ser un buen maestro.

Gracias por haber convertido la historia de mi país en una interminable repetición incoherente de fechas y nombres, apiñados por años en los cerebros de sus estudiantes de modo que, aparte de purgar cualquier interés en el pasado nacional, constituyan un bolo cerebral capaz de causar retortijones a la sola mención de algún prócer o fecha patria. Eso sí, exitosa su labor de mantenernos derechitos al cantar el himno, sin ponderar en el significado de sus estrofas más allá de lo obvio de algunas de sus frases.

Gracias por no molestarse en entender a los estudiantes que no respondieron a sus estrategias pedagógicas (cuando las hubo, claro) y por intentar medir a sus cuarenta y tantos alumnos con un mismo patrón, a menudo arcaico y obsoleto, y absolutamente falaz. De este modo, nunca se dieron cuenta de quiénes éramos como individuos, dándonos los primeros matices (y quiero seguir pensando que sin intención) de la crisis que muchos sufrimos en la adolescencia de querer ajustarnos a moldes y expectativas para buscar la aprobación de otros.

Gracias (y estas deben también de ser extendidas a los directores del plantel, planificadores de una estrategia educativa discriminatoria y parcializada) por hacer de las artes una actividad de cuarta, quinta o ninguna prioridad en su esquema educativo. Porque las clases de “música” se convirtieron en un segundo recreo sin ningún tipo de fundamento ni seriedad profesional, y porque incluso la famosa “educación artística” fue ejecutada de la manera que sólo lo que es requisito legal se ejecuta: con desgano y sin respeto alguno por tan importante disciplina.

Gracias por convertir un universo de infinitas posibilidades como el mundo matemático en un hermético clóset de torturas donde nos sumergían a diario en un terrible “elitismo pedagógico”; es decir, en un régimen donde la comprensión de menos del diez por ciento de la clase fue suficiente para considerar la lección como aprendida, y al diablo los otros treinta y seis individuos que no entendimos qué era ni cómo se hacía la factorización de aquel polinomio. Me refugio en mi secreta creencia de que, en alguna parte del universo, enseñar matemática sin ilustrar la lógica infinita de sus principios es un sacrilegio.

Gracias por descargar sus frustraciones y desencantos como profesionales fracasados (pues que no les quepa duda alguna de que lo son) con los jóvenes que aún creen en la posibilidad de un futuro próspero del cual son protagonistas. Gracias por administrar con cierto regocijo (que sólo era delatado por un breve brillo sádico en sus pupilas) un tormentoso “cero-nueve”, bien sabiendo que aquel estudiante dependía de tan sólo centésimas para pasar la materia.

Gracias por ser ilustres ejemplares de lo que no debo hacer en ninguna de las clases que enseñe, pues con el volumen de su mala práctica me han mostrado cómo discernir el camino que un verdadero docente debe recorrer si quiere crear en sus alumnos una diferencia. Cada una de sus acciones me ha demostrado la profundidad de los abismos en donde puede caer un maestro que pierde el rumbo, el propósito y el significado de lo que representa.

En resumidas cuentas, gracias por hacerme ver en dónde está la basura que contamina a la humanidad. Oscura fue la hora en que decidieron dedicarse a la docencia. Disfruten estos breves agradecimientos, pues serán los únicos que recibirán de mi persona, y quizá lo único de “agradecimiento” que tienen es que comienzan con la palabra “gracias”.

Les olvidará de inmediato, su ex-alumno:

Kenbei.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La Madre Patria: mestiza también

Resulta falaz pensar que existe tal cosa como una “cultura pura”, pues, al final, incluso la más consolidada y hegemónica de las civilizaciones fue en algún momento un caótico conjunto de pueblos que fue amasándose con el tiempo (y con mucha frecuencia, con las guerras) en una tortilla de costumbres que más tarde se transformaría en nación.

La cultura de España, la llamada “Madre Patria” de los pueblos latinoamericanos, es todo menos la excepción. Y es que si seguimos la connotación del afectuoso (y casi reverencial) término con el que nos referimos los hispanos a la nación-imperio que se erigiría en la Península Ibérica, se observa que, tal como una mujer, esta madre que llamamos España también fue hija, nieta, y bisnieta de otras culturas que no sólo la precedieron, sino que influyeron tanto en su forma de caminar, cantar y bailar (entiéndase su folclor) como, y he aquí el asunto que nos compete y nos interesa más, en su forma de hablar y escribir; es decir: su idioma.

Mucho antes del nacimiento de España como nación, la cultura árabe ya se cortejaba con la visigoda en lo que eran diferentes reinos con idiosincrasias muy distintas. La invasión árabe en el año 711 no solamente trajo a las tierras del norte de Gibraltar nuevos conceptos teológicos y sociopolíticos, sino que en medio de lo que se podría interpretar como una simple (y feroz) lucha territorial, se fecundaba el embrión que sería luego la madre de todas las naciones hispanas.

Tras ocho siglos de violenta transformación, el período histórico conocido como Reconquista termina con la toma de Granada y el final de la ocupación árabe; sin embargo, el alma de España ya estaba marcada, y podría decirse que a un nivel cuasi-genético, por ochocientos años de una fusión cultural que aún hoy es evidente en lo que se reconoce como “autóctono” de la cultura española.

Y es entonces que me planteo la pregunta, aunque no sea en este escrito que quede respondida: ¿por qué solamente se habla de mestizaje en los pueblos latinoamericanos, cuando se estudia la combinación de la raza africana, la europea y la indígena? Visto el largo período en que la Península Ibérica fue más árabe que cualquier otra cosa ¿No podría decirse que España (y como se ha dicho, virtualmente toda cultura humana) es producto de un “mestizaje” muy anterior al de las Américas? uno que da la impresión que han preferido mantener en recónditos arcones de su historia y disfrazarlo de homogéneo, tal como los “blancos criollos” guardaban el retrato de algún pariente negro o indígena con miedo de que atentara contra su “pureza” cultural.

Cierro estos párrafos entonces pensando en nuestra sangre que es doble, triple, e infinitamente mestiza, quizá porque el propio mestizaje está estampado en cada pueblo humano, aunque sus delirios enceguecedores de pureza les impidan reconocerlo. Porque como dije al empezar, no hay madre patria que no sea también hija y nieta de otras que, aunque remotas, dejan su huella en ella. Y en virtud de esperar un futuro donde las culturas reconozcan su interdependencia y su pluralismo, termino con una exclamación de esperanza y plegaria que es herencia de aquellos hombres provenientes de dunas y portadores de cimitarras: ¡Ojalá!





lunes, 20 de septiembre de 2010

La Verdad (Relato en diez trinos*)

Nadie sabe dónde queda ese lugar que llaman "la Verdad", pero todo el mundo confunde a quien pregunta por él y le dan direcciones distintas.

"¿La Verdad? Mira, pasa esa montaña, cruzas como 10 kilómetros..."
"¡No, chico! La verdad queda por el desier.." "¡No, no, no, la Verdad..."

"Déjeme explicarle; la Verdad queda en mi pueblo, venga que yo lo llevo..."
"¡Epa! No se deje engañar, la Verdad queda alláaaa arribota..."

"Venga, mijito, que le explico: la Verdad está aquí cerquita, yo la visitaba mucho cuando joven, pero ya ni me acuerdo dónde es que andaba".

"No le haga caso usted a esta pobre vieja; la Verdad está donde siempre ha estado. Si quiere lo llevo, yo siempre paso por allá"...

Muerto de sed, cansado y desanimado, se sentó en el solitario y polvoriento camino, y sospechó que buscaba la verdad de otros y no la de él.

Días más tarde, le vieron pasar, y le preguntaron a dónde iba. "A la Verdad" contestó con el gesto de quien sabe algo que otros ignoran.

"¿Y eso dónde queda?" le preguntaron, arrugando sus narices. Y él contestó: "Yo no tengo la menor idea, pero hacia allá es donde iré".

"¿Necesita de algún guía?" le ofreció una voz chillona. "No, gracias. Si algo he descubierto, es que a la Verdad se tiene que llegar solo".

- FIN - (de verdad).

*Originalmente este relato fue presentado en manera de "trinos" en la red social "Twitter".

domingo, 19 de septiembre de 2010

Decálogo del Perfecto Cuentista - Horacio Quiroga

I

Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.

II

Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V

No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI

Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII

No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX

No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

X

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

lunes, 9 de agosto de 2010

¡Despierta, peón!



“Los peones son el alma del ajedrez” François Philidor.


Escúchame, peón: ¡retrocede! ¿Por qué avanzas sin pensar?
¿Qué impulsa tu trote triste en lo que es de cuadros un mar?
Esta guerra no es la tuya, tú al Rey no has visto jamás.
Dime, entonces, ¿por qué luchas?, ¿a qué otorgas tu lealtad?

¿Te has dado cuenta tú, acaso, que no puedes regresar?
Te acercas hacia la muerte con cada paso que das.
Y todo ¿por qué, por quién? “Por el reino”, me dirás.
¡Qué reino ni que ocho cuartos! ¡Que es sólo un juego falaz!

En ele galopa el caballo, el alfil va en diagonal,
Las torres en línea recta, ¡pero pueden retornar!
A la Reina ya la has visto: rimbombante y señorial,
y aunque tu Rey poco avance, protección le ha de sobrar.

Tú en cambio vas paso a paso, en tu rectilíneo andar
que todo el ejército sabe que al final te va a matar.
Y aún así tú prosigues, vista al frente y sin pensar
en una marcha y una guerra que no puedes explicar.

Si eres blanco es contra el negro que tu espada sacarás.
Y si de ébano es tu armadura, a los albos odiarás.
¿Quién te metió en la cabeza ese conflicto mordaz?
Ese odio blanquinegro que no has entendido jamás.

Alguna vez me dijiste que crees en la posibilidad
de que al cruzar el tablero en noble te convertirás.
Pero dime: ¿vale la pena por ese sueño arriesgar
la vida que hoy posees, tu alma, tu identidad?

¿De qué te sirve esta guerra que dura una eternidad
si ni Kasparov ni Fischer la quisieron terminar?
No dejes que el hombre te saque de tu pastoral hogar
y te meta en su violenta, triste y oscura fealdad.

Demasiado ha sido el tiempo que en ese conflicto estás.
No piensas en tu existencia, no te has puesto a meditar
en que esta batalla absurda sólo tú la puedes parar.
“¿Yo?” exclamarás incrédulo. ¡Sí, tú, allí mismo donde estás!

Escúchame muy atento, con toda tu redonda faz:
¡niégate a comenzar el juego, no te muevas de lugar!
Y aunque encima de ti se atreva algún caballo a brincar
tú quédate ahí, pie de plomo, y la batalla detendrás.

Si a tus siete compañeros logras unir a este plan
ni la monarquía ni el clero forma alguna encontrarán
de oponerle resistencia a tu firme inmovilidad.
Habrás ganado, peón: ¡saluda alegre a la paz!

 

martes, 27 de julio de 2010

Sombras escurridizas

Unos sabios antiquísimos, de esos que nadie recuerda, escribieron en crujientes papiros que ya hoy sólo son moho, que en el momento de la creación del ser humano merodeaban por el cosmos unos seres de animosidades grisáceas e ímpetus oscuros que gritaban en tonos menores. Y como su vida se limitaba a las sombras del Vacío, querían que Él reconociera su existencia, pero vencidos por su impaciencia, resolvieron colarse en el secretísimo caldo que se preparaba en las más sagradas cámaras de Sus estancias. Y entre la divina sustancia, hecha de las más nobles partículas que podrían encontrarse en las anchuras del infinito, se mezclaron aquellos oscuros seres, y pasaron a formar parte de la brillante arcilla que daría origen a nuestra especie.

Al crear, al fin, al tan ansiado figurín, Su regocijo fue tal que llenó de música los Catorce Cielos e incluso las vacías esquinas de los profundos Cinco Sótanos. Pero en medio de Su luminosa alegría no advirtió Él las extrañas sombras que se movían detrás de las pupilas del hombrecito, quien aún permanecía inmóvil, pues no había recibido el hálito dorado que le permitiría moverse con elíptica libertad en su nueva y redonda morada, un globito flotante que albergaba Sus más recientes creaciones y era el orgullo de Su inmensidad.

Y comenzó el sempiterno movimiento de las orbes cósmicas, de aquel elaborado juguete que le había tomado seis días enteros crear (aunque nadie sabe cómo se miden los "días" en Su mundo, o si Su mundo es siquiera un mundo, y se debe creer que más bien son cosas a los que los sabios no tenían cómo llamar y simplemente optaron por usar sus propias y minúsculas medidas para explicárselo a los suyos) y que aún después de haberlo creado, le dedicaba casi todo su tiempo, que también era infinito y por tanto no podía dedicárselo todo en realidad, pero ya entienden.

En fin, cuando empezó a girar aquel parapeto se dio cuenta de que algo no estaba de acuerdo a Su plan, que el muñequito se comportaba de una manera extraña, haciéndose daño a él mismo y a la pequeña multiplicación de su esencia. Aquello ciertamente Le alarmó, ya que si las cosas no iban de acuerdo a Su plan, ¿de acuerdo al plan de quién podrían ir? Es sin duda uno de los problemas de sentir ansiedades paranoicas cuando se es omnipotente.

Y con una exclamación en metálico crescendo que retumbó en cada rincón del (ya no tan) Vacío, reunió a su numerosa corte de heraldos alados a ver si alguno sabía qué podría haber ocasionado semejante anomalía y cómo era posible que hubiese escapado de Su visión multidimensional e infinita. Unos adelante, los de mayor rango, portadores de coloridas alas de plumas brillantes como las de brillantes pavos reales, y otros atrás, los pequeños y juguetones querubines, de alas pequeñas con plumas blancas como de ganso (que no de cisne, pues aquellas estaban reservadas para una jerarquía superior dentro de Su corte, algún angelino o arquerubín). El hecho es que todos temblaban por dentro de saber que Él estaba furioso y desesperado, y Su rabieta incandescente les cegaba la vista.

Pero había entre el alado séquito un par de ojos voladores y alas de refulgente rubí que no sentían el pavor que Su ira provocaba ante sus compañeros. Y sucedía que desde hacía mucho tiempo que venía contemplando Su obra, y era pues que, en secreto, había estudiado lo suficiente Su creación como para atreverse a sugerir lo que podía estar sucediendo en aquella esfera verdiazul donde el hombrecillo injuriaba Su nombre y atentaba contra Su plan de armonía y orden cósmico.

Y la voz de quien lucía las alas escarlatas resonó con decisión ante el mutismo que Su presencia inspiraba, y con su timbre que sonaba como flautines pastorales se dispuso a explicarle que unas extrañas y sombrías criaturas se habían colado en Su obra en algún momento, quizá en aquel día, ése en que anunció que descansaría, o quizá en un día anterior, cuando se ocupaba de crear el mosaico de algún caparazón o de retocar el diseño de alguna amapola.

Ante la mirada atónita de Sus alados súbditos al escuchar sobre aquel imprevisto, y al ver que en el rostro en medio de aquellas rojizas alas se iba dibujando una mueca extraña, una que en toda Su eternidad no había visto, una que por primera vez le señalaba que dentro Su infinita existencia aún habían cosas que ignoraba y que podían escapar de su mirada omnipresente, no supo qué decir. Y en un silencio que aturdió al universo bajó su mirada al sirviente que había tenido la osadía de cuestionar Su perfección.

Los amarillentos ojos del que poseía las alas rojas sintieron el calor de la omnipotencia, y ya no le resultaba tan sencillo hablarle como si se tratara de un igual. Abismado ante Su inmensidad, intentó excusarse, aclarando que solamente se remitía a decir lo que había visto, algo que podría comprobarse fácilmente, tan solo examinando al controversial figurín y extirpando lo que ahora era la esencia licuada de las criaturas sombrías que formaban ahora parte de él.

Pero fue inútil: Él ya no le escuchaba, y lo reprendió fuertemente ante sus compañeros por cuestionar Su omnipotencia, Su omnipresencia, y Su capacidad de conocer todas las preguntas y todas las respuestas posibles, y Su llameante ira llenó por un instante todas Sus estancias, incluso los Cinco Sótanos, que prendieron en fuego con llamas que perdurarían por toda la eternidad, tiempo que solamente Él sabe cuándo llegará.

Y allí fue donde se expulsó al de las alas rojas por sugerir que Él, cuya mayúscula en cada uno de sus pronombres es señal de Su incuestionable divinidad, había cometido un error. Y tanto calor hacía en aquellas estancias llameantes, que su llanto no producía ya las resplandecientes lágrimas de antaño porque se evaporaban, y pronto su desasosiego se convirtió en ira; pero no contra Él, cuya omnipotencia seguía abrumándolo y en secreto le hacía temblar, sino contra Su obra, aquél torpe hombrecito que por su luz jugaba a vivir y por su oscuridad jugaba a matar. Y maldijo al figurín, y a las sombras escurridizas que quizá por ser Él tan enorme y omnipresente no podía ver.

Y si antes sólo sus alas eran rojas, todo él se había vuelto rojo de fuego, rojo de calor, rojo de locura y rojo de frustración, y solamente sus pupilas retuvieron el color que poseían antes de ser confinado a los antaño fríos Cinco Sótanos, y con aquellas amarillentas orbes abiertas como su pensamiento juró que no descansaría hasta demostrar que habían sombras dentro de los hombres, y que Él se había equivocado.

Y cada vez que muere un hombre, y su luminosa esencia se reúne con Su omnipotencia, el Expulsado extrae de la abandonada carcasa aquellas minúsculas sombras y las lleva a sus infiernos, esperando que algún día tenga de nuevo la oportunidad de presentarlas ante Él, y que quizá se retracte de su castigo, y reconozca que se distrajo y cometió un error. Y las viscosas criaturas aún gritaban en su lengua gutural que sonaba a arcáicos contrabajos, frustradas de no haber logrado que Él les reconociera tampoco, y anhelando el momento en que el Rojo probara su existencia ante Él. Pero demasiado tiempo ha pasado, y nadie recibe sus incontables pruebas documentadas en sobres ardientes ni sus apelaciones a las Cortes Azules.

Sabe que le han olvidado, y ha comenzado a pensar que ha sido más útil para el universo el tenerlo en los ardientes recovecos adonde había sido confinado. Y gracias a Sus órdenes, los hombres pronuncian sus muchos nombres como símbolo de maldad y oscuridad, y hay quienes dicen que una vez lo vieron como serpiente, dizque ofreciendo una fruta desabrida a la que del primer figurín fuese una costilla, entre muchos otros cuentos de los que no tenía ni la menor idea de dónde salían ni quién los escribía.

Lo cierto era que le habían condenado por decir la verdad, en un momento donde no comprendió que a los individuos omnipotentes nadie les puede cuestionar nada, y que para gozar de Su gracia es mejor mantener la boca cerrada. Esto lo supo cuando era quizá demasiado tarde, más por viejo que por lo que era; o mejor dicho: por lo que decían que era.

lunes, 19 de julio de 2010

Poema prestado (Poema cuadrado)

Después de descubrirla, odio un poco al mar por habérsela llevado. Somos muchos los prisioneros en un mundo cuadrado. Al menos tenemos sus poemas para recordarla. A Alfonsina, por supuesto:

Cuadrados y ángulos (Alfonsina Storni)


Casas enfiladas, casas enfiladas,
casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.

Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,

Dios mío, cuadrada.
 

martes, 13 de julio de 2010

Decálogo del Resentido

En un baúl de madera oscura encontré un panfleto arrugado que me entregó un hombre de sombrero y sobretodo cuya mirada filosa aún recuerdo hoy. También recuerdo que, después de entregármelo, el peculiar hombre se alejó vociferando algo sobre la porquería del mundo y la injusticia de la vida. Al leerlo supe que se trataba de un resentido que representaba a su gremio e intentaba convencer a los transeúntes de que se unieran a lo que él promocionaba como "un estilo de vida aplicable a cualquier individuo, donde sólo basta seguir algunos sencillos pasos".

A continuación presento una transcripción del panfleto, ya que el original se ha vuelto ilegible a causa de que lo he vuelto a amuñuñar en una bola aún más pequeña de lo que era cuando lo encontré en el baúl, producto de la misma emoción que me asaltó cuando lo leí por primera vez, la cual ahora identifico como la posible razón que el individuo se haya alejado entre murmullos. Aquí va:


"Decálogo del Resentido"
(O "Primeros pasos para convertirse

en uno de los nuestros")

1 - Yo resiento, luego existo. Y aunque no exista, resentiré de mi inexistencia.

2 - Resentiré de todos por igual, sin discriminación alguna, porque los otros siempre serán los culpables de mi infortunio.

3 - Resentiré de la riqueza de mi vecino, sin importar su origen, porque no soy yo quien la goza. Rogaré por su pronta ruina y reiré apenas venga.

4 - Resentiré de la belleza física de otros, pues la ostentan como si la hubiesen obtenido por mérito. Disfrutaré verlos caer en catástrofes de donde su fenotipo no pueda rescatarlos.

5 - Resentiré de la inteligencia de quienes sepan más que yo. Buscaré siempre el modo de desprestigiarles y de aprovechar cada una de sus fallas para ridiculizarlos.

6 - Resentiré de quien me ofrezca ayuda, pues sé que en el fondo solo lo hace para restregarme su superioridad. Esperaré el momento de verlo en apuros para mostrarle cuán superior soy.

7 - Resentiré de mi enemigo, pues me ha elegido a mí para luchar contra él, habiendo tanta gente en este maldito mundo.

8 - Resentiré de mi amigo, pues me ha elegido a mí para apoyarlo a él, habiendo tanta gente en este maldito mundo.

9 - Resentiré de mi familia, pues ella es la principal culpable de mis fracasos. No fallaré en cometer los mismos errores para poder culparlos a ellos de mi desgracia.

10 - Resentiré de todo aquel que sea feliz por el simple hecho de que yo no lo soy.


Si sigues estos pasos al pie de la letra
¡Enhorabuena! Eres un resentido.

Bienvenido al club.



NOTA: No tenemos teléfono ni sitio de reunión porque nadie se ha dignado a ofrecernos una ayuda en esta porquería de ciudad que solo ayuda a los negros, inmigrantes y homosexuales, que son los causantes de las desgracias de nuestra nación, que se ha ido al infierno gracias a los ricachones que están muy contentos sin hacer nada. ¿Y los intelectuales? ¡bien, gracias! metidos en sus libros sin encontrar una salida a este asunto. Y a las monjitas que nos ofrecieron sus limosnas, ¡JA! ¡Que se las metan ya-saben-dónde! Uno desempleado, y la iglesia todavía dándose el tupé de venir a darnos pan y vino. ¡Igual que nuestros padres, que por una copa de vino nos arruinaban la infancia y permitían que uno terminara así!

lunes, 12 de julio de 2010

Subiendo al ático


¿Que cada cuánto subo a este lugar donde se acumulan mis polvorientos pensamientos? Definitivamente no tanto como pudiera ni tanto como quisiera. Pero que no quepa duda de que no lo olvido, ya que hacerlo sería olvidarme a mí mismo. Al fin he encontrado un momento de silencio donde puedo montarme en la escalerilla y ascender a este oscuro ático de tablones rechinantes y barrocas telarañas a ver qué cachivache saco de los cajones inútiles de mi memoria.

sábado, 12 de junio de 2010

Rimas para un Humorista Difunto


Y para escribir, mi hermano
hay que ponerle cariño
Eso se aprende en el llano
comenzando desde niño”

Manuel Graterol, “Graterolacho” (1935-2010)

Las rimas no son las mismas
el verso es solo un perol
y es que hoy nos ha dejado
el gran Manuel Graterol.

Hoy la rima está de luto
pero no por mucho tiempo
pues el buen Graterolacho
nos quiso ver siempre riendo.

Disculpen el torpe verso
que en este blog les escribo
pero es que a don Graterol
lo quisiera tener vivo.

Aquí abajo le extrañamos
y no ha pasado ni un día
pero hacen falta sus rimas
su jocosa poesía.

"No llores tanto, muchacho"
quizá bromearía el maestro
"que al que lucha por lo nuestro
lo apoya Graterolacho".

Mientras haya humor del bueno
y crítica constructiva
Graterolacho no ha muerto
pues su esencia sigue viva.

De parranda con Aquiles*
debe estar el tercio aquel
con anécdotas de a miles
de quien al humor fue fiel.

El cielo ha de estar de fiesta
pues le llegó un gran refuerzo
Graterolacho en las nubes
le sonríe al universo.

*Nazoa, por supuesto.

martes, 1 de junio de 2010

La Eterna Maldición


Él era solo un niño cuando maldijo por primera vez. Alarmada, su madre recurrió a la pantufla para explicarle que maldecir era malo. Desde entonces, cada vez que pensaba en proferir la prohibida palabra, el recuerdo de una suela que solo conocía el piso de su apartamento le hacía cambiarla por otro adjetivo que no enfureciera tanto a su progenitora, aunque ésta no estuviese presente.

El rosado de aquel calzado hogareño se había tatuado con imborrable tinta en su cerebro. Cuando se le ocurrió preguntar a un maestro sobre por qué no habría de pronunciar aquella palabra, éste le contestó con canónica circunstancia que era un pecado porque ofendía las creaciones de Dios. Y allí la pantufla empezó a tomar forma de culpa, proyectándose hacia una realidad más allá de la material y amenazándolo por toda la eternidad.

Así transcurrió su infancia y su adolescencia, leyendo y escuchando la palabra por doquier, pero sin atreverse jamás a pronunciar aquella invocación maléfica que tanto había enfurecido a su madre. A veces dudaba de sí mismo al ver cómo lo que para él era un tabú impronunciable era esgrimido a diario y a la ligera por otros, incluyendo muchos de sus familiares y amigos. Pero él jamás se atrevía a pronunciar aquello que le quemaba por dentro, porque pondría en riesgo el futuro de su alma.

Cuando se convirtió en exitoso artífice de una profesión aceptada por la sociedad y se casó para formar una familia convencional, aún no había abandonado su obediencia infantil de respetar a su madre, a la pantufla, al confesionario, y a Dios. Se las había arreglado para sustituir por palabras débiles aquella expresión que solo había pronunciado una vez en su vida, la que le había causado un ardor de satisfacción que pronto se le reveló como prohibido.

Llegó a los cincuenta sin haber vuelto a maldecir, y entre cuatro paredes de un verde vomitivo descubrió que dentro de él se había acumulado un panal de rabia que pronto desató su enjambre en su flacuchenta fisionomía. Él, que se había esforzado por seguir las reglas, atender al escarmiento y no sucumbir ante la tentación diabólica de maldecir las creaciones divinas, era recompensado con un bulto de descontentos no resueltos, un tumor de iras reprimidas que le dieron dos cosas en la vida: la reputación de ser un hombre correcto y bueno y una muerte temprana.

En una tarde soleada conoció el aposento donde reposaría su endeble cuerpo por el resto de la eternidad. Debajo de un bondadoso epitafio pudo sentir el goteo húmedo de las lágrimas de quienes lo enterraban. Al oscurecer despertó su espíritu, y pudo darse cuenta de que estaba solo en aquel camposanto. Esperó un rato, con la paciencia que lo había caracterizado durante su vida, pero nada sucedió. No había venido ningún Mefistófeles a condenarlo por no haber ido a misa aquel Viernes Santo, ni tampoco descendió un Querubín a recompensarlo por sus donaciones a los orfanatos de la ciudad. Nada.

Se dio unas cuantas vueltas por el cementerio, y se sorprendió de que aún en su fisionomía nueva y etérea pudiera sentir el soplido de la brisa nocturna y escuchar los ruidos de los animales que, sabios, le temen más a los vivos que a los muertos. Pero no encontró a nada, ni a nadie, así que se fue a dormir en su ataúd, junto a su cadáver, que sonreía con una mueca que jamás había articulado en vida.

Realmente no durmió. Tan solo cerró lo que pensaba que eran sus ojos, esperando que viniese la eternidad con la que había contado durante toda su vida, ésa que con forma de pantufla le prohibió darse el gusto de pronunciar unas simples palabras para no ofender a una fuerza creadora omnipotente y superior. Pero la eternidad no vendría, ni aquella ni ninguna noche. Pronto supo que estaba condenado a vagar por aquellos jardines de lápidas mohosas y flores marchitas, contemplando la ciudad desde lejos, aunque sin extrañar a nada ni a nadie, tan sólo lamentando no haber vivido.

La Funeraria San Urbano ha tenido muchos inconvenientes manteniendo empleados para el turno de la noche, particularmente aquellos encargados de supervisar el Lote 28. Siete encargados han renunciado en los últimos dos meses, alegando que todas las noches, mientras realizan sus labores de cuidador, les sorprende un alarido iracundo que se mezcla con el silbido de una brisa que mece las ramas de los árboles y no deja de decir:
“¡Maldita sea! ¡Maldita sea!”

lunes, 10 de mayo de 2010

Metáfora y Cachivache sobre Asuntos sin Terminar

En los cuentos más folklóricos de occidente se ha hablado mucho de los fantasmas que arrastran cadenas, esas ánimas en pena que no encuentran paz porque están aún apegadas a asuntos que no terminaron en su vida terrenal. Más allá de la metáfora que Dickens hizo famosa con el personaje del avaro Jacob Marley, puedo certificar que existe un peculiar artefacto cuya causa principal son las cosas que dejamos sin terminar, uno que ha hecho que odie dejar asuntos pendientes.

Y no es que no los tenga. Por el contrario, soy una persona que se mete con frecuencia en más compromisos de los que puede manejar, y es ahí que me veo enrollado entre eslabones de promesas hechas a la ligera y obligaciones cotidianas que quisiera abandonar, que constituyen un cachivache desafortunadamente demasiado familiar en mi polvoriento ático de artículos innecesarios.

Las Cadenas de Asuntos Pendientes son artilugios extraños. Su primera particularidad radica en que cada quien es artífice de las suyas, y no hay cerrajero que pueda forzar el candado que nos libera de ellas. Es muy sencillo contruirlas, y con frecuencia lo hacemos sin darnos cuenta, pues cada eslabón es relativamente pequeño por sí solo, y solamente cuando se entreteje una cantidad considerable de ellos es que podemos ver asombrados que el particular artefacto se amarró a nuestra mente. Existe también otro ingrediente esencial para que se materialice la cadena, y es un mínimo de consciencia y responsabilidad. Después de todo, la gente que no le da importancia a lo que haya dejado sin terminar termina invocando otra clase de artilugios que poco tienen que ver con éste, y que quizá son más terribles.

Quizá puedan preguntarse qué efectos trae una Cadena de Asuntos Pendientes. Pues, como toda cadena, produce un peso que se hace cada vez más difícil de arrastrar. Es, al fin y al cabo, un grillete que arrastra parte de nuestro espíritu a un tiempo y espacio anterior que por voluntad propia o por circunstancias externas dejamos incompleto. Como las cadenas no son por lo general objetos justos, no siempre es culpa nuestra que se materialice un molesto eslabón y nos haga un poco más pesada la travesía de la vida. De hecho, he descubierto que todos cargamos una cantidad tolerable de estas cadenas, bien sea por aferrarnos a ciertas cosas o simplemente porque no todo lo que dejamos incompleto lo podemos terminar.

Si quieren deshacerse de la Cadena de Asuntos Pendientes hay estrategias más sencillas que otras. La principal es ridículamente simple: terminen lo que han dejado sin resolver. Si es una disculpa a alguien que hirieron, háganla. Si es un trámite burocrático que no han hecho, resuélvanlo. Sea el asunto que sea, lo más sensato para eliminar la pesadez de los eslabones es enfrentar la causa que causó su existencia en primer lugar. Mientras más se deje permanecer un asunto pendiente, más pesada se hará la Cadena.

Si no hay modo de enfrentar la causa que originó la cadena, es necesario buscar el modo de hacer la paz con el asunto pendiente. Esta es, en mi opinión, la forma más difícil de deshacernos de la Cadena, pues implica un nivel de aceptación de las circunstancias que con frecuencia excede nuestras facultades. Como dije anteriormente, muchos de estos eslabones permanecerán con nosotros siempre, pues muchas veces nuestra humanidad nos convierte en un puñado de sueños incompletos.

Lo importante, estimados visitantes a este cachivachero, es que no carguemos en nuestra vida con cadenas innecesarias, pues ya el peso de lo inevitable es suficiente carga para llevar en nuestra travesía.

lunes, 26 de abril de 2010

No estoy muerto...

¡Qué desafortunado lugar este cachivachero, que se vino a mostrar en la red en mis semanas más ocupadas del semestre! Pero no estoy muerto, ni me he olvidado de este rincón virtual. Tengo cachivaches que mostrarles e inutilidades que relatar, pero el a veces muy inconveniente mundo real ha reclamado mi tiempo. Para mis lectores y, sobre todo, para mis cachivaches: mis más sinceras disculpas.

Y para rematar con pavosidad política: We will come back.

viernes, 16 de abril de 2010

Cachivaches: "El Ojo del Búho"

"Zokkaras sacó un pequeño cofre de madera y lo destapó. Esto – dijo – es uno de los artefactos más útiles jamás creado – y sacó lo que parecía ser una lupa plateada exquisitamente tallada y con el símbolo de un ojo en el mango – se trata del Ojo del Búho, una reliquia hecha para descifrar todos los lenguajes del mundo, incluso aquellos que surgieron antes o después de su invención. En algún tiempo hubo varios de estos interesantes artilugios, pero hoy día podría decirte que es la última lupa poseedora de tan particular habilidad. Úsala sabiamente, Strago, y sin duda será de grandísima ayuda. Solamente pásalo por alguna página escrita en cualquier lengua mortal, y tras el lente podrás leerla en el idioma que prefieras, solo debes pensarlo y comunicárselo a la lupa poniendo tan solo un poco de confianza en ella. " (El Peregrino de Past Goliat, pag. 54)

Este cachivache es uno de mis favoritos. Su existencia responde a mi inquietud por descifrar los lenguajes que me son desconocidos pero que ya sea por su resonancia o su grafía me fascinan irremediablemente. En mi cuento "El Peregrino de Pas Goliat" (inconcluso, por supuesto), quise dar al personaje principal la grandiosa habilidad de entender cualquier lengua escrita. Una historia en la que resuena el tema del pasado, El Peregrino (título provisional, por cierto) manifiesta, entre otras cosas, cómo se han ido perdiendo cosas por considerarse obsoletas, incluso reliquias como El Ojo del Búho, evidentemente útiles pero olvidada desde tiempos remotos.

El sabio Zokkaras menciona, sin embargo, que el extraordinario artefacto es solo aplicable a lenguas 'mortales', y con esto se refiere a los idiomas de seres perecederos en la historia del mundo, y no de quienes no sienten el paso del tiempo, como montañas u océanos, quienes sin duda también tienen su lengua propia, aunque nadie la comprenda.

Su nombre es quizá una inocentada más de este intento de escritor, pero creo firmemente que si existe un ojo capaz de descifrar cualquier lenguaje, es el ojo del búho, sabio entre la fauna, arisco y misterioso. ¿Cliché? Puede ser, pero es mi cachivache.

lunes, 12 de abril de 2010

Diálogo I

Al pie de las escaleras de cualquier edificio venezolano.

"A que sí..."
"A que no..."
"Sí vale, de bolas que sí"
"Coño, que no, ¿tas loco?"
"Loco no, es que eso pasa porque tiene que pasar, así es la vida. Acéptalo"
"¿Qué vas a saber tu? A tí lo que te gusta es andar jodiéndome la paciencia"
"Ahh pues... te vas a acordar de mí"
"Marico, eso no siempre es así, fijo, como un tiro al piso, mil factores pueden cambiar la cuestión"
"Chamo, que te lo digo yo: eso, va. Prepárate es lo que es"
"Déjame quieto, ya te diré más tarde qué tal la vaina, qué ladilla"
"Date pues, hablamos, tranquilo"
"Chao".

Nueve meses más tarde, la novia de Arturo dio a luz a un regordete varón de 3.8 kg.

Anexo al Post Anterior

Si creen que lo que hablé en el post anterior es una paja loca, miren lo que un Kenbei de 18 años me acaba de enseñar. Esta historia la comencé a escribir recién llegando a vivir en un país nuevo, y algunos de mis amigos la han disfrutado. El personaje, un viejo setentón, duda de sí mismo al igual que dudo yo, y una voz le contesta:

"¡El poder no muere, Strago Verdi! – le decían las voces, moviendo algo dentro de su alma que hacía muchos años que le angustiaba – ni envejece. La propia vida se acaba cuando dejamos de creer que podemos hacer algo. Mientras haya sangre en tus venas, tú puedes cambiar este mundo. Quizá sea muy tarde cuando logres entenderlo, pero al hacerlo, aunque sea por un instante, estarás complacido."

Saquen sus propias conclusiones, yo he sacado las mías.

domingo, 11 de abril de 2010

Leyéndome a mí Mismo


"La respiración del Planeta... su llanto... aquel triste gemido de desilusión... como una madre que llora por la pérdida de un hijo... la Tierra se lamenta por la traición del hombre...Guerra, hambre, peste. Todas han sido protagonistas de los últimos tiempos. Tiempos en el que el ser humano ha transformado todo, y ha olvidado su origen... violando al Planeta... Su gloria se ha construido en el abuso permanente de la tierra. Pero todo ha de terminar, porque el Planeta ha despertado, y acabará con todo lo que le sea perjudicial, y por el camino que vamos... no nos auguro mucho tiempo..."

Puedo decir que por mucho tiempo durante mi infancia y adolescencia siempre andaba con alguna variante de block de dibujo debajo de mi brazo. Mucha gente, de hecho, me sigue preguntando "¿y los dibujos? ¿ya te graduaste de caricaturista?". Tal era mi reputación, una que me bañaba de fama eferverscente de cada vez que la maestra nos pedía algún dibujo en clase, haciéndome sentir más solicitado que un virtuoso del futbol brasilero en la liga española.

Hoy día es poco lo que dibujo seriamente (aunque aún mis notas de clases reflejan mi adicción a la caricatura) y mucho más lo que escribo. Algunos se extrañan de que yo, al que muchos imaginaban como dibujante de Disney o animador de Pixar, me haya desviado al monótono mundo de las letras. Constantemente me encuentro dando explicaciones a la gente cuando me preguntan si sigo dibujando, cuando en el fondo lo que me provoca es decirles: "¿y a tí que te importa? Es mi vida y hago con ella lo que me da la gana".

Sin embargo admito que hubo una ruptura casi tectónica de mi talento, una que produjo una consecuente ramificación de mis preferencias artísticas.

Las líneas que leyeron arriba (esa incoherente advertencia cuasi-profética) ahora las reconozco como el primer temblor que originó el desplazamiento de las placas de mis talentos. Fue esto lo primero que escribí en un cómic que aún (como la gran mayoría de mis historias, cuentos, proyectos, etc...) mantengo incompleto, pero no olvidado.

Los que se tomaron la molestia de leer mi primer post saben que este blog se trata tanto de ideas incompletas como de mí mismo, e incluso podría decirse que yo soy también una idea incompleta. En mi travesía por los archivos de estos retazos de ideas, ese mar de carpetas y viejas imágenes escaneadas, empecé a releer lo que había escrito en aquellos momentos para mi cómic. Y fue así que terminé leyendo a ese Kenbei de dieciséis años como si fuese una persona totalmente separada de mí, una que me ha dado más de una lección a través de sus escritos.

Este puberto del carrizo parecía entender la vida mucho más que el titubeante periodista de 25 años en que se convirtió, y tenía tal convicción en sus sueños flotantes que en las líneas que se le ocurrió guardar para la posteridad se puede oler un espíritu con una decisión y una visión envidiables. Mis padres y familiares se ríen al escuchar que me siento viejo con apenas dos décadas y media en mi haber, pero como dijo el arquitecto Franklin Wright: "la juventud no es más que un estado de ánimo". ¡Y qué ánimo el de este carajito! Con sus ideas que germinaban dentro de cuatro paredes de La Trigaleña en tardes de lluvia y tiempo que matar, es capaz de proyectar su lira a través del tiempo y darme un muy necesario pescozón cuyo impacto parece gritar "¡yo sigo aquí, pendejo!".

Ciertamente es una experiencia interesante el leerse a uno mismo.



sábado, 10 de abril de 2010

(VIN) Virus de Inmunodeficiencia Nacional



"La ignorancia es el elemento más violento de la sociedad" Emma Goldstein.

¿Me creerían si les digo que los países se enferman? Son primordialmente territorios, pero también son gente. Llega un momento en que uno debe hablar de una nación como si hablara de un individuo y, a su vez, de sus individuos como si se hablara de células. Así pues, tendríamos que cada uno de nosotros somos células en un organismo mayor, y cumplimos diferentes misiones dentro de este cuerpo. Varias veces durante los últimos años he expuesto a mis familiares y amigos que Venezuela, esa mujer hermosa, encantadora y sobre todo provocativa, ha adquirido una deficiencia inmunológica severa, una especie de SIDA nacional.

Nadie lo supo, ni ella misma, y por más de cuatro décadas todos disfrutaban su contagiosa sonrisa, su rítmico bailoteo, su brillante gozadera. Muchos fueron los hombres quienes disfrutaron de sus encantos y no pensaron en usar la protección necesaria para que esos momentos no tuvieran consecuencias fatales en ella. Muchos fueron los hombres que la sedujeron y ella, inocente y dadivosa, se entregó con pasión caribeña a ellos. Pero ellos no le dieron nada. Se reían a sus espaldas de la hermosa pero tonta mestiza que solo servía para satisfacer sus más bajos deseos.

Los síntomas que hoy la aquejan son múltiples: hambre, crimen, desempleo, inflación. Estos son  resfriados que pueden afectar a cualquier país, pero para la pobre Venezuela, al igual que otros pueblos del llamado tercer mundo, resultan letales. Los diagnósticos han indicado que este cuadro de síntomas tiene como raíz un conocido pero poderoso virus: la ignorancia.

La ignorancia es un microorganismo cultural que habita en todas partes, está latente en cada una de las células de la sociedad. Al igual que las bacterias que habitan naturalmente dentro del cuerpo humano, el problema surge cuando se sale de proporción. Ya lo dice la frase: “todos somos ignorantes, lo que pasa es que ignoramos distintas cosas”. No se puede pretender tener un pueblo de eruditos, tal cosa es un gran absurdo. Pero la ignorancia no es solamente la falta de un título universitario o de una profesión lucrativa. Ni siquiera está necesariamente relacionada con la pobreza.

En el fondo de nuestro “timo nacional”, es decir, ese sitio donde un país cuenta con los anticuerpos necesarios para combatir agentes dañinos, se encuentran estructuras protectoras elementales como independencia de poderes públicos, políticas educativas y de salud coherentes, entre muchas otras que son necesarias para poder llamar a Venezuela una “república”. Al igual que el virus del SIDA, el peligro del virus de la ignorancia radica en que su sintomatología es solo evidente una vez que se ha apoderado de los elementos básicos que defienden a la nación de una infección crónica.

¡Si tan solo Venezuela hubiera insistido en el uso de un profiláctico antes de unas cuantas décadas de placer! Esa barrera sencilla que apenas costaba colocarse: construyendo escuelas, urbanizando el país, motivando al ciudadano a trabajar. No. ¡Pobre la morena, pobre la catira! Pobre Venezuela, que como diría Desorden Público, fue tan mal amamantada con tetero de petróleo, ignoraba hasta eso.

Y aquellos viejos zorros tampoco se molestaron en recordárselo. Viejos sesentones de cuello blanco y retórica serpentina le prometían flores, le calentaban la oreja con sus promesas electorales. Y ella se vistió de gala muchas veces a lo largo de los años, unas veces de verde y otras de blanco, y celebraba, feliz de ser amada por aquellos hombres tan exquisitos. Hasta que llegó el día en que se dio cuenta de que estaba enferma, y que era poco lo que le importaba a aquellos hombres de paltó y Black Label. Un par de ellos, conscientes del mal que padecía, se ganaron sus últimas gotas de confianza y cariño, pero incluso allí fue engañada.

Y después de un tiempo en el que otros hombres se sentaron en su silla, ya no pudo contener su desesperación. Tanto la consumió el resentimiento que cuando se vio en el espejo y no era ni la sombra de lo que era antes, decidió probar un remedio milagroso del que había escuchado por ahí. Según le decían, lo habían patentado en Rusia, aunque el frasquito que pudo conseguir era una especie de medicamento genérico que le vendió un viejo barbudo, un militar muy pintoresco, amante del tabaco caribeño.

“No te preocupes, preciosa” le dijo en su guapachoso acento. “Con este remedio que tengo aquí te curarás de todos los males que te han hecho sufrir”.

¡Ay de Venezuela, que en su desesperación probó las pildoritas rojas!

¿Saben cómo se llaman las enfermedades que afectan a un paciente de SIDA en la etapa terminal del síndrome? Infecciones oportunistas. Son agentes a los cuales el cuerpo humano ya ha desarrollado una inmunidad natural y sin embargo, gracias a la destrucción del sistema inmunológico, ganan entrada al cuerpo del enfermo. Son entidades que se aprovechan de un país débil y necesitado para hacer de las suyas, como los gérmenes que le introdujeron aquellos viejos con que salió por más de 40 años y todavía pululan en el país.

Venezuela hoy día está en cama, aunque todavía sonríe e intenta bailar. Algunos doctores dicen que todavía hay esperanza, pero el problema está en que, por alguna razón, ella sigue creyendo que las pildoritas rojas la van a curar. Por más que le repiten que ese viejo charlatán y sus compinches solo se aprovechan de ella para ganar sus favores, y que si algo están haciendo esas pildoritas es contaminar más su débil cuerpo y dejarla en la pobreza, Venezuela no lo quiere entender. Las infecciones empeoran, y el doctor que solo ofrece falsas esperanzas se hace rico a costas de la abatida nación. Ninguno antes se había aprovechado de ella tanto como él. Venezuela está enferma, y sigue creyendo que el socialismo la va a curar.

CUIDADO: Contenido Político

Llámenlo fiebre del sábado por la tarde, pero olvidé mencionarlo en mi post introductorio. Mi país, al igual que muchos en Latinoamérica y el mundo, ha sido invadido por una ola de ignorancia disfrazada de ideología cuya causa principal fueron otras olas de ignorancia y corrupción disfrazadas de democracia. Por este y otros motivos, me va la política. Así de simple. Ocasionalmente, y con mucha más frecuencia de la que quizá les guste, podrán verme hablar de eso que no se habla ni en la cama ni en la mesa, y que sin embargo influye más en ambas de lo que nosotros quisiéramos admitir. ¿Que cómo es esto parte de un cajón de ideas decapitadas e inutilidades polvorientas? Pues, todos sabemos que no hay nada más inútil que intentar convencer a los demás de que tenemos la razón, pero todavía lo hacemos. ¿No es eso la política?

Dejen que les enseñe un poco sobre la eÑe



En mi opinión personal, y desde un punto de vista alfabético, el idioma castellano no tiene mayor particularidad al compararlo con otras lenguas occidentales que usan el alfabeto romano. No tenemos las Ø de los noruegos, ni las refinadas Ç francesas. Ni siquiera en fonética y pronunciación nos enrollamos mucho la vida: las “A” son “ahh”, las “E” son siempre “eeh”. Tampoco somos unos exagerados en la yuxtaposición de consonantes, como por ejemplo los polacos que para decir “lombriz”, dicen “dżdżownica”, o los húngaros que para brindar no dicen “¡salud!” sino “Egészségünkre”.

Sin embargo, existe un sonido que los franceses e italianos escriben “gn”, los pueblos de Europa Oriental (entre otros) lo denotan “ny” y los portugueses “nh”, pero que en la patria de Cervantes se ha merecido su propia letra: la eñe. Antes de su existencia, la eñe era algo así como una “ene al cuadrado” (nn), y cuenta la historia que para ahorrar esfuerzo y tinta, le crearon ese bisoñé que responde al nombre de virgulilla.

Dirán que revoloteo sobre lo obvio, que medito sobre lo absurdo, pero en la eñe puedo observar más que un simple fonema.

No debe de ser casualidad que algunas de las palabras que caracterizan a los hispanohablantes a nivel internacional llevan a la muy menospreciada eñe, ¡incluyendo el nombre del país donde se originó el idioma! ¿Qué sería de México y otros pueblos de América latina sin la eñe en sus piñatas? ¿Tendría tanta resonancia nuestra frustración, rabia o impresión si no pudiésemos exclamar un ¡coño! que rebote en las paredes? ¿Cómo llamaríamos a ese ciclo de 365 días que usamos para dar una unidad al paso del tiempo y no confundirlo con una referencia al final del aparato digestivo humano? Ni hablar de los gentilicios de tantísimas regiones del mundo como los panameños, caribeños, hondureños, curazoleños, entre otros.

Podría pasar todo el día citando los ejemplos en donde la modesta eñe es el condimento que da sabor a nuestra lengua, una aureola torcida o un copete que flota por encima de la N que nos identifica en un océano de idiomas, y que si bien no corre el riesgo de extinguirse por completo (pues implicaría un rediseño completo del castellano, lo cual lo vendría convirtiendo a su vez en otra lengua totalmente diferente) se ha ido apartando del uso casual, y ha sufrido varios reveses motivados en gran parte por la estandarización de la tecnología.

¿Cuántos de nosotros, miembros de una generación virtual, nos molestamos en cambiar la configuración del teclado de nuestras computadoras importadas al español? ¿Quién te escribe mensajes de textos con eñe? He sostenido larguísimas conversaciones por MSN que, a pesar de ser realizadas en perfecto castellano, por limitaciones técnicas han sido extirpadas de la eñe.

Así pues, y tal como admitiría la argentina María Elena Walsh, la costumbre ya se ha probado el verdugo de elementos de nuestro idioma como los signos de apertura exclamativa e interrogativa (¿,¡) y no han faltado quienes consideran obsoleto el uso de la eñe, tal como lo prueba una controversial petición de la Unión Europea a España para que eliminara su uso.

¿Por qué no eliminan su umlaut (ü, ë) los alemanes o el rabito de la cedilla (ç) los franceses? ¿No se trata también de una herencia germánica o visigoda obsoleta que podría perfectamente ser denotada con otra letra del alfabeto? Citar a Gabriel García Márquez es oportuno, pues el Premio Nobel corrige a aquellos que sugirieron que la eñe era un carácter anticuado cuando escribe: “la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos”.

Es entonces que conviene evaluar cuánto valoramos el idioma que hablamos, si preferimos seguirlo extirpando de su identidad (y por consecuencia, de la nuestra) o, cual traje de etiqueta, elegimos lucirlo en todo su esplendor. Modesta, pequeña y para muchos irrelevante, va más allá de toda discusión que la eñe es un pilar que sostiene el idioma castellano y omitirlo o despreciarlo significa demoler lo que ha perdurado con el paso de los siglos.

Ahora me disculpan que me retire, pero tengo un plato de ñoquis y un vino añejo que me esperan.

Bienvenidos al K-chivachero


Antes de empezar a depositar mis ideas, opiniones y pensamientos en este blog, siento que es necesario dar una explicación referente al por qué de su nombre. A medida que pase el tiempo, quizá se darán cuenta de que me obsesiona un poco el explicar el por qué de las cosas, incluso de algunas cuya razón no es particularmente trascendental para nuestras vidas. Pero no es secreto para nadie que todo tiene un por qué.

Empecemos con la definición que nos da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.




cachivache
1.m. desp. Utensilio u objeto arrinconado por inútil.

Ya pueden ver que detrás de la rimbombante y quizá chistosa palabra se esconde un significado bastante triste. Es el destino de muchas de nuestras ideas el perecer en el vacío de la inutilidad porque simplemente no tomamos la molestia de plasmarlas en algún lado. Al final, somos nosotros mismos quienes determinamos la inutilidad de nuestros pensamientos, y eso nos convierte en nuestros propios verdugos. Al menos ese es mi caso.

Este cachivachero, (cuya informal escritura con Ka sólo responde a la simple razón de que el nombre original ya había sido tomado en Blogspot y a la falacia idiota de que las cosas con Ka son más recordables que las cosas con Ce) es mi segundo intento de mantener un blog, y esta vez espero poder garantizar un lugar de reposo a estos pensamientos que he jurado no abandonar y que tantas veces he abandonado.

Bienvenidos entonces a este cajón de inutilidades, al rincón del ático de mi alma donde habitan criaturas fascinantes, resentimientos gruñones, miedos que carcajean, filosofías ilustradas e iniciativas cobardes. Mi padre siempre ha insistido en que me es difícil desprenderme de las cosas. Quizá por eso escribo este blog. Quizá hasta en eso tiene razón.

Kenbei.